Paseos circulares en un espacio cerrado: La ciudad de escarcha, de CRIT Teatre

Carolina Caubert Bailo – Noelia Navarro Sáez – Blanca Castelló Gómez – Meggy Battaglia – Lucas Sánchez Gilberte

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La ciudad de escarcha es una obra basada en el texto original Entre visillos de Carmen Martín Gaite, dirigida por Anna Marí e interpretada por la compañía valenciana Crit Teatre.

Fue en 1957 cuando la joven Carmen Martín Gaite escribió la novelay con ella obtuvo el prestigioso premio Nadal. En esta obra se relatan historias de mujeres de los años 50 mientras luchan contra la opresión y las injustas normas de la sociedad española de la posguerra. En este marco, es especialmente relevante la reflexión sobre el papel de la mujer en aquella España dirigida por Franco. Han pasado más de 40 años desde entonces y, lamentablemente, es bastante obvio que hay algunos prejuicios que siguen todavía vigentes.

Protagonizada por Daniel Tormo, Maribel Bayona, Josep Valero, Rebeca Izquierdo y Anna Marí, en la obra se ha plasmado lo difíciles que resultaron para la mujer cosas que hoy en día son totalmente normales: estudiar una carrera, decidir el futuro propio, elegir con quien casarse, no verse reducida a realizar las tareas del hogar… Todo ello representado en un escenario polivalente en el que los espectadores podemos ver unas casas de un pueblo cualquiera.

Con respecto a los personajes, los actores interpretaban un doble, y hasta triple papel. Es la gestualidad de cada uno, a la par que el vestuario, expresividad y vocalidad, las que nos señalan en toda ocasión el personaje que estamos viendo. Esto puede parecer un poco confuso al principio, sin embargo, con el avance de la obra y si has leído la novela, todos los personajes quedarán completamente delimitados y no quedará duda de quién es quién. 

El reparto suplía la carencia de atrezo con su gestualidad. Como hemos mencionado, el atrezo era mínimo, sin embargo, en manos de los actores y actrices, copas, libros y vehículos cobraban vida en nuestra imaginación. 

El vestuario es algo muy cuidado también en la obra. Pablo, Elvira, Natalia, Julia… Cada uno está vestido de acuerdo a su rol social de la época en la que está situada la novela. Por ejemplo, Elvira, hija del director fallecido y representación de la opresión que sufre la mujer en cuanto a la obligación de cumplir su rol, es representada siempre vestida de luto, como mandaba la tradición. En ninguna ocasión ninguno viste trajes que no sean los que correspondían a la época, lo cual ayuda a sumergirse en la España de los años 50. 

Siguiendo con la escenografía, podría decirse que el escenario es bastante parco. Sin embargo, y sin cambiar en ninguna ocasión ningún atrezo, salvo el vestuario de los actores, el escenario se convierte rápidamente en casa, camino, discoteca o incluso plaza del pueblo. Es aquí donde entra en juego la iluminación. Ya sea subiendo o bajando la intensidad o incluso combinándose con la música, la iluminación nos señalaba momentos importantes o detalles a tener especialmente en cuenta. La iluminación marcaba también el cambio de cada escena, ya que en ocasiones todo se volvía a oscuridad y gracias a eso se podía preparar el siguiente acto. E incluso, en medio de flashes multicolor, los personajes bailaban desenfrenados en discotecas. También era utilizada para marcar el tiempo atmosférico. Cuando el tiempo era frío se utilizaba luz azul, y cuando el tiempo era cálido y el sol brillaba, la luz era amarilla. Esto ayudaba al espectador también a ver el paso del tiempo en la obra. Encontré esto particularmente interesante, ya que la obra se titula La ciudad de escarcha y es con la iluminación con la que se representa esa situación. 

Además de la luz, en la obra se jugaba mucho con personajes latentes, los cuales no podíamos ver, pero estaban ahí e interactuaban con los demás gracias a grabaciones. Estas voces eran bastantes (pertenecían a Victòria Salvador, Alfred Picó, José Montesinos, Empar Canet, Laia Sorribes, Núria Martín, Maribel Bravo y Panchi Vivó) y representaban a personajes secundarios de la trama necesarios para continuar y dar realismo a lo que era la vida en el pueblo. Junto con los papeles múltiples permite aprovechar al máximo unos recursos limitados como el reducido número de actores. Al ser grabaciones, estos personajes están situados en un plano distinto, a la par que deshumanizados, haciendo ver que los personajes principales conectan menos con ellos. 

La música (de la que estaba a cargo Moby) es algo que sin duda no tiene presencia en la obra escrita, pero en la obra aparece cuando los personajes están en discotecas, adquiriendo un rol primordial. Esta música es lo que hace que la obra adquiera un toque más moderno, rompiendo con la estética bucólica y gris de un pequeño pueblo de la posguerra. Es esta música también la que rompe y traspasa el tiempo y nos transporta a la modernidad, haciendo que la obra adquiera un cariz en el que ya no estamos en los años 50, sino que la obra podría estar situada en el momento actual. Los momentos de discoteca contrastan completamente con la anodina vida del pueblo. 

En conclusión, La ciudad de escarcha tiene un toque moderno e innovador, actualizando la obra clásica de Martín Gaite. Otro aspecto positivo es que, al ser una obra que se lee en los institutos, la representación teatral es una buena oportunidad para vivir la novela a través de otro medio como es el teatro. 

Además, como la obra original, es una fiel representación de las ideas de la época y nos muestra a una mujer que, aún encerrada y sometida, es capaz de luchar por sus pasiones, a la par de que es una ventana a una época que cada vez está más lejana. 

Carolina Caubert Bailo 

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El pasado 20 El pasado 19 de diciembre, un público, en su mayoría, joven, esperaba en la sala El musical a que la última obra de CRIT, La ciudad de la escarcha diese comienzo. Gracias a la adaptación de su directora, Anna Marí, la icónica novela Entre visillos (1957), de Carmen Martín Gaite pisa por vez primera las tablas valencianas. La compañía, fundada en 2009 por Anna Marí, Daniel Tormo y Josep Valero se suele decantar por temas de carácter sociopolítico. La afición lectora de su principal dirigente se hace de notar en otras sobresalientes obras como Miguel Hernández, después del odio (2010) o Tirant (2009) haciendo de la literatura un puente de conexión entre el presente y nuestro pasado más convulso. 

La apertura de luces nos mostró lo que en principio parecía ser un escenario realista: las calles de una provincia española de la década de 1950, pero que después se iría transformando en otros espacios gracias a la genial actuación de los actores: Daniel Tormo, Maribel Bayona, Josep Valero, Rebeca Izquierdo y Anna Marí. Si realizar la adaptación de una novela como Entre visillos, con su tan vasto elenco de personajes y espacios, es una tarea difícil a la par que ambiciosa, mejor no hablemos de llevarla a las tablas en tiempos de pandemia y miseria hecha aforo. Es lógico, por tanto, que contando con tan solo cinco actores y un único decorado, se recurra frecuentemente a recursos tales como evocar personajes y lugares latentes mediante la voz en off o la recreación de espacios imaginarios como, por ejemplo, un autobús, mediante la corporeidad de los personajes… y he aquí la piedra angular de la obra: El drama se sostiene casi exclusivamente gracias a la gestualidad de los actores. No cabe duda de que a la compañía le sale muy rentable el uso de estos “trucos teatrales”. De hecho, sus posturas, desplazamientos, mímica y expresividad son, durante casi toda la obra, los aspectos más reseñables como positivos, sin embargo, toda la fuerza de estos recursos se pierde en el transcurso de la obra porque, a pesar de los esfuerzos de los actores, su insistencia se vuelve, progresivamente, pesada en el paladar, ya que todo el peso del antilusionismo recae únicamente sobre el juego corporal de los actores y un parco atrezzo. Es posible que esta sensación de monotonía de la que os hablo la haya experimentado solo yo, pero lo que sí es cierto es que el decorado no cambia en ningún momento, a no ser en función de la iluminación. 

Algo en lo que veo preciso hacer hincapié es en el modo con el que la dirección de la obra ha elegido transicionar de una escena a otra, me refiero a los constantes paseos, garbeos y movimientos sin destino ni razón alguna que los personajes realizan a favor de provocar una elipsis temporal entre pasajes de la obra; el problema se halla en que estas vueltas no guardan un significado tras de sí, es decir, los actores se revuelven por la escena, pero solo eso, demasiada movilidad para tan poco móvil, diría yo. Hubiese sido mejor, para mi gusto, optar por enlazar unas escenas con otras, aunque se hubiese cometido alguna falta contra la fidelidad del texto original. En alguna ocasión, estas transiciones se realizan mediante el baile, lo que evidencia que desde la misma dirección son conscientes del abuso que se hace de estas elipsis, pues intentan no hastiar al espectador. En un principio, este recurso pretende ser original e innovador, sin embargo, a juicio personal, con su uso demasiado recurrente consiguen perder su singular carácter. 

El baile se acompaña de una leyenda musical de los ochenta, Moby. La música que escogen es del todo sintomática, puesto que Entre visillos es una novela realista, de posguerra, insertar un “temazo” como Sunday, es un claro intento por acercar a nuestras generaciones presentes, tanto los que bailaban techno hace dos o tres décadas, como los que nacieron con su herencia musical. En este sentido, a la obra “se le ven las costuras”, y es que no es casualidad que se estrene La ciudad de la escarcha el mismo año en el que Entre visillos forma parte de las lecturas obligatorias de la EBAU (Evaluación del Bachillerato para el Acceso a la Universidad). 

La pregunta clave es si la obra consigue llevar a escena el tema que se propone: la carencia de libertad de la mujer en la época. La obra gira en torno a un eje principal que sirve como pretexto para plantear el contexto de opresión al que las mujeres se ven sometidas, este es el tratamiento de las relaciones amorosas en un ambiente provinciano, por lo que un tema no va en detrimento de otro, sino que se apoyan mutuamente. De esta forma, encontramos cuatro personajes redondos, cada uno con su propio conflicto personal: Pablo Klein es un joven profesor venido de Alemania que se halla ante una España de posguerra donde conoce a Rosa, cantante del casino municipal, cuya mala fama provocará que el pueblo rumoree sobre su relación; Elvira, una atípica joven que siente animadversión por la vida rural e intenta huir de su destino como esposa y ama de casa; Julia, prometida de un hombre exigente y déspota que la culpabiliza por no poder mudarse con él a la capital, y Natalia, una adolescente inconformista que relata su sentir en un diario acerca de lo que le rodea, gracias a Pablo descubrirá que aspira a otras metas diferentes a las determinadas a la mujer de su tiempo. En este sentido, la relación con el profesor provocará en Natalia y Elvira una suerte de despertar, pues los personajes mencionados crecen a modo de bildungsroman a lo largo de la obra, es decir, no se mantienen planos. En este sentido, Pablo encarna un modelo de hombre moderno, prototipo de la racionalidad alemana, frente a aquellos otros que viven en la provincia, este último tipo está bien representado por Ángel, una especie de menospreciable galán “venido a menos” que no cumple una función en la obra aparte de representar el arquetipo del español de la época. 

El tema que vertebra la obra consigue llegar al público, ¿qué duda cabe?, pero si esto se logra, se debe, por un lado, a la sublime interpretación de Anna Marí en el papel de Natalia, sobre el que volveremos más adelante, y, por otro, gracias a la doble función de Pablo Klein como narrador y personaje. En relación con esto último, un punto positivo de la estructura temporal del drama es la manera en la que Pablo Klein relata los pasajes de la obra entremezclando su papel de personaje con su función como narrador, de modo que consigue guiar al espectador cuando se dirige directamente a él para narrarle fragmentos del texto literario a modo de monólogo interior. Sorprende la facilidad con la que Daniel Tormo ensarta ambos papeles, enlazando sus intervenciones con interrupciones dialogales de otros personajes. Sin embargo, una no puede evitar una cierta sensación de extrañeza al conocer a un Pablo Klein tan extrovertido, con semejante facilidad para socializar, pues esta personalidad choca con el carácter del personaje literario, es, por tanto, elección propia del actor no representar de forma fidedigna al personaje que crea Carmen Martín Gaite. Otro personaje que se nos muestra con su cara más amable es Natalia, su cuantioso derroche de expresividad, bajo mi punto de vista, le hace más bien a ella que a Pablo. Se trata de un personaje envolvente, que se apodera de la escena de principio a fin y que, imprevisiblemente, se convierte en el personaje más cómico del elenco. Uno tiene la sensación de que el papel que encarna Anna Marí está meditado y bien estudiado, con lo que consigue llenar de vida la escena y reanimar el lúgubre ambiente histórico que rodea a la obra. No cabe duda de que Natalia está llena de sueños y cargada de una energía voraz con la que enfrentarse a la adversidad, y es que, si como directora puede haber cometido algunos fallos relativos a la estructura del drama, como actriz, Anna Marí demuestra estar dotada de un singular impulso creativo. 

En cuanto a la dirección de la obra, no podemos finalizar esta reseña sin elogiar dos aspectos tanto llamativos como positivos para el ritmo de la escenificación, me refiero, primero, al uso de las escenas múltiples simultaneas para representan dos o más espacios a la vez en diferentes sectores del teatro, esto se logra de manera sobresaliente gracias a la iluminación a cargo de Ximo Olcina. De hecho, otro aspecto positivo es el acertado juego de luces que acompaña a uno de los momentos culmen de la obra, me refiero al cautivador beso entre Pablo y Elvira. He aquí una razón de más para alabar a Anna Marí, que ha sabido crear a partir de la tensión sexual entre ambos, una escena penetrante y profunda ahondando en lo más recóndito de su intimidad, lo cual se traduce en una genial reinterpretación de la obra. Con ello, transporta al espectador de la butaca a sus propias vivencias, lo que en términos teatrales llamamos catarsis, esa liberación de las emociones que convierten un momento tan fugaz como lo es un beso, en un trance eterno. 

Noelia Navarro Sáez

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La ciudad de escarcha llega al teatro de la mano de Anna Marí y con ayuda de María José Mora, como una gran adaptación de la novela Entre Visillos, de la maravillosa escritora de mediados de siglo XX, Carmen Martín Gaite. La compañía Crit Teatre nos lleva a escena las peripecias de Tali y sus amigas, junto con el nuevo profesor, Pablo Klein, con un reparto más que notable: Daniel Tormo, Maribel Bayona, Josep Valero, Rebeca Izquierdo, y como protagonista la propia Anna Marí. 

Llegamos al Teatre El Musical y nos encontramos ante un escenario que hace que cambiemos automáticamente de época, y nos situemos en una calle de una ciudad cualquiera a mediados del siglo pasado, en pleno franquismo: los letreros, las fachadas…. todo nos remite a unos años más bien lejanos. Aparece en escena Natalia, la protagonista, vestida de época, recitando un monólogo, parte de su diario personal. Y aquí, empieza el drama. Se llega a romper ínfimamente esta cuarta pared, en cuanto a que Tali parece dirigirse a nosotros, sin esperar respuesta. En varias ocasiones veremos esta forma de dirigirse al público sin implicarlo, en los comentarios de distintos personajes, en explicaciones o incluso en sus propios pensamientos, los cuales se nos recitan en voz alta. 

Si Carmen Martín Gaite escribía sobre mujeres de una época contemporánea, para mujeres que se podían sentir aludidas e identificadas en estos años, Anna Marí con su Ciudad de escarcha, trae esta misma problemática, para un público que, más de medio siglo después, se puede seguir sintiendo identificado. Nos llegamos a poner en la piel de estos personajes, y aunque en algunos momentos sus actitudes nos lleguen parecer remotas y arcaicas, nos invitan a pensar que no lo son tanto: por desgracia, algunas de estos anticuados pensamientos todavía se encuentran enraizados en nuestra sociedad. No es necesario que se nos actualice nada de la obra, ya que los temas que tratan, esta desigualdad de género sigue patente aún en nuestras vidas. 

Cada vez que cambiamos de escena, encontramos que los personajes pasean entre las calles de la ciudad, para situarse en otro punto de esta; ya sea en el parque, en el casino o en las propias casas de las protagonistas, e incluso en el colegio, el decorado siempre es el mismo. Sabemos dónde tenemos que situar la acción por los propios monólogos de los personajes, que nos recitan en voz alta sus pensamientos todo el tiempo, como por ejemplo cuando Pablo, el profesor, se dirige hacia un parque en el que se encuentra a Elvira, y también en los diálogos entre las protagonistas, como cuando las chicas hablan de ir a bailar al casino. Esto me parece necesario en una obra como esta, que incluye tantos cambios de escena y de espacios, además de que la iluminación juega un papel fundamental: hay actores que se encuentran en el mismo espacio inmóviles, mientras que el foco se centra en el personaje que habla. 

La música también interviene de forma estratégica (¿a qué joven no acompaña la música en su día a día?), pero incluye un gran contraste con todo este entorno, ambientado, ya por vestuario y por decorado, en años remotos. La banda sonora es más bien actual, los personajes bailan con unas coreografías que chocan con las que suponíamos que se bailaban en los años cincuenta o sesenta… Y esto da un aire de frescura a toda esta esfera de ambiente añejo que se nos había creado desde el primer minuto. 

Pero, sin duda, lo más importante de este espectáculo son sus personajes; las personalidades máximamente diferenciadas, los temas que se tratan a partir de cada uno de ellos y la catarsis que se nos ofrece en la escena final a través de las actuaciones, y que a más de uno nos dejó con un vacío interior. 

Una magnífica Anna Marí interpretando a Natalia, una adolescente más o menos rebelde (sí lo sería para esta época), que contrasta con el papel del profesor, Pablo Klein, el cual nos lleva a un mundo más adulto. Así chocan dos mundos, el de los adolescentes y el de los adultos, y lo más importante, el papel de la mujer en estos dos mundos. Si con Natalia asistimos a una juventud marcada por el querer aprender, el estudio, la falta de interés por los hombres y las relaciones sentimentales, con su hermana, Julia, se nos representa una especie de inconformismo muy distinto: aunque no quiere seguir las reglas paternas, sí busca una independencia, aunque ello conlleve trasladarse a vivir con su novio a Madrid, y comenzar una nueva vida, no exenta de este control patriarcal. 

Sin embargo, uno de los mejores personajes, a mi parecer, es el de Elvira, interpretada por Maribel Bayona. Un personaje de apariencia fuerte, pero sometida a lo mismo: el buen casamiento; si pensábamos que esto era un término medieval, ahora sabemos que no: en plena dictadura aun se esperaba esto de las mujeres. Con ella nos inundamos de pensamientos contradictorios, adulterio, la reflexión sobre la libertad de la mujer, y finalmente nos regala una de las escenas más espléndidas de toda la representación: su pedida de mano. El momento en que las dos amigas bailan y se desinhiben es simplemente maravilloso; todo acompaña esta escena: la música, las interpretaciones de las dos actrices… Este paso de la libertad al casamiento como una forma reclusión, este momento de intimidad y el sentimiento contradictorio que se nos transmite entre alegría y pesadumbre, todo es soberbio en esta escena. 

El ritmo del espectáculo es bastante dinámico y, aunque hay escenas que escapan un poco de este ritmo, los actores consiguen que no puedas apartar la mirada en ningún momento, te atrapan con sus actuaciones, y esto me parece algo esencial de esta obra: el magnetismo de los actores para hacer que incluso en los momentos que pueden resultar algo insulsos te mantengas pegado al asiento, esperando la siguiente escena, esperando el momento final, la resolución de los problemas de los personajes, el qué pasará con su vida finalmente (¿se casará Elvira? ¿Confesará su adulterio con Pablo? ¿Se marchará Julia a Madrid? ¿Qué pasará con Natalia?) 

Y llega el remate, el final catártico con la despedida de Natalia de dos de sus pilares, el profesor y su hermana mayor, y se queda corriendo y llorando en soledad, en mitad del escenario, que se va oscureciendo, sin que sepamos (ni ella tampoco) hacia dónde va a estar orientada su vida. 

Blanca Castelló Gómez 

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Una adolescente, agobiada por la sociedad en la que se encuentra, su mejor amiga que decide dejar la carrera para seguir su sueño, casarse. Su hermana, llora cada día por no poder reunirse con su prometido en Madrid y un profesor de alemán recién llegado en una pequeña ciudad . Estos son los personajes del espectáculo La ciudad de escarcha , dirigido por Ana Marí, puesta en escena por la compañía CRIT, en colaboración con Espacio Inestable. Aparecen los mismos personajes de la novela Entre visillos de Carmen Martin Gaite, texto original en el que se inspira el espectáculo. 

La adolesciente protagonista se llama Natalia, la hermana desesperada por amor es Julia, de manera marginal, pero no por ser menos importantes, se acercaron al mundo de adolescente de Natalia, las dos mujeres, Rosa, cantante del casino de la ciudad, y Elvira, hija del director del instituto de la ciudad recientemente fallecido. Este magnífico panorama de personajes femeninos tiene un común denominador: Pablo Klein, recién llegado profesor de alemán, centro de las atenciones de una pequeña ciudad en la que regían una serie de estrictas reglas no escritas. 

Todo esto lo encontramos tanto en la novela de Carmen Martin Gaite, como en el espectáculo de Ana Marí, encontramos todo esto fielmente reproducido, bajo mi punto de vista. Esta fiel reproducción es digna de admirar, puesto que se trata de un libro de 300 páginas reproducidas en dos horas y, además, acompañado por la música de Moby, pseudónimo de Richard Melville Hall, músico de gran importancia de los años 90. 

Como he dicho anteriormente, considero que La ciudad de escarcha es extraordinaria, partiendo desde el punto de vista de su adecuación, pero también juegan un papel de suma importancia todas y cada una de las protagonistas, dado que hablamos de un texto de Gaite, las mujeres por supuesto, las jóvenes mujeres y sus enfrentamiento con el mundo en una época en la que no las veía nada más que cuidadoras de la casa y madres. Mujeres como Elvira y Natalia, que eligen rebelarse al mundo que las rodea cerrándose en ellas mismas, creando su propio mundo de arte y de filosofía, anhelando encontrar alguien que pueda entenderlas. Es probable que es por su naturaleza rebelde que es la que más se acerca a Pablo, buscando un apoyo en su lucha, una esperanza o una puerta de salida. Personajes tan guerrilleros podrían ser representados sólo por actrices capaces y apasionadas como la misma Anna Marí y Maribel Bayona Sanchez ( Elvira). No se quedan atrás los hombres de la obra, Pablo ( Daniel Tormo) y Emilio ( Josep Valero) , aspirante poeta enamorado de Elvira, la que tendrá una aventura con el mismo Pablo.

El espectáculo, además, aspira a crear una relación de complicidad especial con sus espectadores, la compañía CRIT nos pide un esfuerzo de imaginación tanto actuando en un espacio escénico minimalista, la ciudad con sus palacios y bancos es al mismo tiempo mundo exterior y mundo interior de los personajes, cuanto en él utiliza de los dualismos, con este juego de contrastes con el mismo actor. Daniel tormo es al mismo tiempo Pablo y Ángel, el novio de Gertrud, Ana Marí es Natalia así como Rosita, al final Maribel Bayona Sanchez recita en el papel de Elvira y de Gertrud. No es un caso el uso de este dualismo hábilmente actuado, cada actor recita en la piel de dos personajes diferentes y también opuestos: encontramos Daniel tormo, por un lado, en el vestuario de un hombre abierto e intelectual y, por otro actuando un personaje cerrado y conservador como Ángel. 

Es importante que se dé el espacio correspondiente al aspecto atemporal en el que se queda todo el espectáculo. Todo empieza con un baile, de fondo una música de los años ‘90, sobre el palco hay actores con vestuario de los años ‘50, detrás de ellos una ciudad reproducida a través de cuatro ventanas, algunas puertas y dos bancos en el centro de la escena. Completamente vacía, completamente atemporal. El espectador es catapultado en la descripción de una generación y de una realidad que por supuesto reconoce como lejana de él, pero que no sabe exactamente colocar en fecha exacta, quizá una manera original por parte de la dirección de llevar en escena una condición agobiante que no tiene tiempo, ni espacio, simplemente es universal. A la misma manera, la sensación de agobio, de asfixia, que viven personajes como Elvira y Natalia más de otros, nos hace salir del teatro amargados e indignados hacia las normas silenciosas de esta ciudad de escarcha. Las voces de estas normas resuenan en las cabezas de los personajes, en el hueco de las escaleras de casa de Natalia, pero no las vemos en escena, no son representadas. Estos fantasmas sin caras, estos fantasmas que están escondidos, que dictan normas, son los instrumentos con los que la obra nos permite brevemente, en menos de dos horas, revivir la pesadilla de la España franquista y de su juventud destrozada. 

El espectáculo, a partir de su misma escena, pone la atención sobre el concepto de adentro y de afuera. En todo el tiempo del desarrollo del cuento cada uno de los personajes tiene el sueño constante de un “afuera”, espacio externo a la pequeña ciudad, en grado, según el imaginario de los personajes, de liberarlos de las cadenas invisibles de sus realidad. El espacio externo es Madrid, la gran ciudad en la que es posible continuar una carrera universitaria, en el caso de Natalia, o casarse con quien desea, la hermana de Natalia o por último, escaparse, en el caso de Pablo. La presencia de la utopía de Madrid está presente en numerosos diálogos del espectáculo hasta el final, el espectáculo se cierra con la carrera desesperada de Natalia hacía un tren, aquel tren que lleva su profesor tan amado y su hermana hacía la libertad. Natalia queda sola con las voces de los fantasmas que resuenan en su cabeza, no sabemos si va a conseguir la libertad tanto deseada, queda allí sola con su ciudad de escarcha a la que enfrentarse. Los espectadores salen del teatro esperando un final feliz que no ha llegado, casi queremos imaginar que, una vez cerradas las cortinas, cada una de estas mujeres haga realidad sus sueños o calle sus fantasmas. 

Meggy Battaglia 

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La nueva obra de la compañía Crit estrenada en El Musical del Cabanyal tiene por nombre La ciudad de la escarcha, dirigida por Anna Marí a partir del texto de Carmen Martín Gaite: Entre visillos. La obra cuenta la llegada de Pablo Klein, un joven profesor de alemán, a una ciudad de provincias española durante el primer franquismo. Allí se relacionará con distintos personajes entre los que se interconectan diferentes narrativas de tema social. La obra desarrollará tramas como la de Natalia, una alumna adolescente de Pablo que lucha por poder cursar estudios superiores frente a la negativa de su padre; o de su amiga Gertrudis, sometida a la autoridad de su novio Ángel, un hombre profundamente machista. La obra explora su vida diaria y las dificultades a las que se enfrentan en una sociedad cuyas convenciones son alienantes para ellas.  

Cuenta con la participación de un reducido equipo de cinco actores sobre los que brilla la fabulosa actuación de una excelente Maribel Bayona que da vida a los personajes de Gertrudis/Elvira, a los que aporta en sus intervenciones la emotividad necesaria para sustentar el peso de la escena. Generalmente las actrices femeninas están sobresalientes en sus papeles, destacando las intervenciones, aunque más reducidas muy loables, de la joven Rebeca Izquierdo, que encarna a los personajes de Julia y Alicia, así como el cariz cómico de la personalidad bien trabajada del personaje de Natalia, encarnada por la propia directora Anna Marí, que también interpreta a Rosa. Por otro lado, la interpretación de Daniel Tormo, bien trabajada, plantea un serio problema, el cual también salpica a su compañero Josep Valero, responsable de hasta cuatro papeles de nivel más cómico, entre los que destaca la de Emilio, el insistente e inoportuno amigo del personaje de Tormo y protagonista de la obra: Pablo Klein. Su relación protagonista-amigo/confidente también tiene su alter ego reprobatorio en los personajes de Ángel y su fiestero colega. El problema que menciono tiene que ver con la adecuación de la representación a fábula dramática, siendo este el caso más llamativo: los dos actores, que ya pasan de los cuarenta, interpretan a personajes jóvenes. El caso de Tormo es mayor, pues tiene la responsabilidad de cumplir con el papel que difícilmente se ajusta a su perfil actoral, pues Pablo Klein es un joven de ascendencia alemana y de unos treinta años, que, además, lleva gafas. Es cierto que se puede permitir una libre interpretación de la caracterización de un personaje en el teatro, pero cuando se desvincula de la manera en que sucede en La ciudad de la escarcha la credibilidad, el pacto espectador-espectáculo, se hace más difícil de construir. No será esta la única falta de adecuación de la obra. Por otra parte, la caracterización de estos personajes desde el punto de vista del vestuario es adecuado, a pesar de no ser variado y presentar anacronías. Me sigue fallando en este aspecto el vestuario de Pablo Klein, una vestimenta básica y actual que bien parece el conjunto de calle del propio Daniel Tormo.

La adaptación, si bien pretende transmitir al espectador una visión totalmente comprometida con la novela mediante un argumento casi equiparable se permite ciertas licencias de libre guion para hacer de su propia versión algo transmitible y atractivo pero que, a su vez, puede restar el componente dramático de la desolación silenciosa, implícita, que rodea toda la novela de la autora salmantina. El mensaje, también implícito y a merced de las circunstancias narrativas, es a lo que se acoge La ciudad de la escarcha para exponer la intención y, a su vez, desarrollar el dramatismo social. De hecho, la obra se vale de no pocos momentos cómicos y situaciones distendidas, que restan tensión dramática y, en ocasiones, amenizan la obra. Esto se ve mucho en las intervenciones de Natalia o Emilio, personajes trabajados para ofrecer una personalidad más divertida. Creo que, de manera general, encajan bien en la obra y contribuyen a hacerla más accesible. Esto es comprensible si pensamos que se trata de una representación que busca acercarse al público juvenil y mostrar la adaptación de una obra de lectura obligatoria en los institutos. Y, en este intento de acercamiento, se toman unas decisiones que pueden dividir los gustos de los asistentes. Hablo de la inclusión de una coreografía al inicio de la obra que, aunque bien trabajada, no termina de encajar en el total de la obra, pues se utiliza en un pasaje de transición y no se vuelve a recurrir a algo del mismo esquema a lo largo de la representación. Por otra parte, entramos en otro problema de adecuación con la cuestión de la música utilizada. En la obra se escucha música que no existía todavía en los años cincuenta y menos en la España de la época, donde triunfaba Sinatra. Aquí vemos temas de décadas posteriores que, no obstante, no se tratan de canciones actuales. Esta brecha puede no funcionar en el espectador, aunque, en mi opinión, no desentona, le sienta bien a la obra.

Por otra parte, y ya metiéndonos de lleno a la representación sin juzgar la adaptación, creo que se trata de una obra generalmente satisfactoria y bien ejecutada. La intención sobre la que se mueve La ciudad de la escarcha de retratar las condiciones sociales de la mujer durante el medio siglo en una ciudad provinciana creo que se transmite muy bien y el espectador es capaz de sumergirse y empatizar con la situación de personajes como Natalia, Gertrudis o Julia, que luchan por una liberación personal que la sociedad no tolera, por lo que sufren una constante alienación que muchas veces desemboca en la angustia. De hecho, el mensaje final es bien claro: en una sociedad así es imposible para una mujer liberarse de las situaciones que la oprimen. 

Para mostrar todo ello la obra se vale de combinar diálogo clásico y narración en forma de aparte en una escenificación que, en ocasiones, se valen de escenas simultáneas en cada mitad del escenario que se suceden maravillosamente gracias al juego de luces y sombras. Todo ello sucede bajo un decorado escaso y fijo, como suele ser común en una obra de estas características, que se limita a mostrar en grandes bastidores las calles de la ciudad donde sucede la obra. Los distintos espacios dramáticos son escenificados gracias a la iluminación, que funciona muy bien a la hora de ambientar un lugar, así como por la gestualidad y comportamientos de los propios intérpretes, puesto que incluso el atrezo es inexistente. 

En conclusión, La ciudad de la escarcha es una obra con muchas limitaciones y algún reproche, pero considero que es una buena adaptación, aunque en ocasiones cueste de seguir en la sucesión de ciertas tramas, pero sin perder la historia general y el mensaje que transmite. La verdad es que el espectáculo agradó a la sala y el público ovacionó el trabajo de la compañía Crit. En mi caso, me coloco con el público: yo también aplaudo la obra y me sumo al recuerdo de la fantástica Entre visillos, de nuestra Carmen Martín Gaite.

Lucas Sánchez Gilberte

CRIT Teatre en colaboración con Espacio Inestable y la Fundación Centro de Estudios de los Años Cincuenta – Carmen Martín Gaite

Texto original: Carmen Martín Gaite; Dirección y dramaturgia: Anna Marí; Intérpretes: Daniel Tormo, Maribel Bayona, Josep Valero, Rebeca Izquierdo y Anna Marí; Ayudantía de dirección: María José Mora; Movimiento escénico: María José Soler; Espacio escénico: Luis Crespo; Vestuario: Tonuca Belloch; Espacio sonoro: Panchi Vivó; Voces en off: Victòria Salvador, Alfred Picó, José Montesinos, Empar Canet, Laia Sorribes, Núria Martín, Maribel Bravo y Panchi Vivó.; Con canciones de Moby; Iluminación: Ximo Olcina; Jefe técnico: Josep Mª Juncosa; Producción: Daniel Tormo

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