Tatiana Fedotova – Mary K. Behan – Giuliano Corrado
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Internet y skaters, e-mails y mascarillas, lo triste y lo divertido, la sangre y las anécdotas, de todo hay en el espectáculo La gaviota de Àlex Rigola, una versión muy libre de la pieza canónica de Chéjov.
Desde los primeros minutos los actores dan a entender al público que el espectáculo no tiene mucho que ver con la obra original. Hablan con los espectadores, rompiendo la cuarta pared, y aún más, hacen que les contesten. No hay vestuario especial, todos los personajes llevan vaqueros y camisetas casuales, hablan de cosas habituales y ni siquiera cambian sus nombres reales. Desaparece la frontera entre la realidad y el teatro y parece que este es el objetivo del mismo espectáculo. Se entiende en seguida que no vamos a viajar a Rusia del siglo XIX, sino nos vamos a quedar aquí, en Valencia del año 2020, escuchando la tertulia de los actores- personajes. Todo eso provoca un choque inicial, pero en algunos minutos te acostumbres al estilo de la pieza y empiezas a buscar el sentido profundo.
Àlex Rigola pretende hacer su propio montaje moderno, usando sólo partes de la obra original como base de su espectáculo. Si La gaviota original se dedica a tres problemas principales: un amor no correspondido, un talento no descubierto y el poder del arte en la vida humana, Àlex Rigola se centra en el tercero y lo desarrolla a partir de las figuras de los actores. Los actores casi no pretenden ser los personajes de la obra, hablan de su propia vida teatral, cuentan las anécdotas que les pasaron y discuten sobre la importancia del teatro en la vida cotidiana de cada uno de nosotros. La estructura de la obra refleja el género de autoficción, una tendencia muy popular en la literatura y arte, cuando se mezcla el YO del autor con el YO del personaje. En la obra de Àlex Rigola las personalidades de los actores reales se mezclan con las personalidades de los protagonistas de la obra original y a la vez con las personalidades de los protagonistas de esta adaptación moderna. Eso nos permite fijarnos en la vida de las personas ordinarias y cercanas que a la vez plantean los problemas eternos, demostrando la importancia del teatro a partir de su propia vida. El director quiere que el teatro entre en nuestra vida cotidiana. Pero aquí, me parece, se encuentra la incoherencia, aparece la cuestión: ¿para qué Àlex Rigola necesita La gaviota de Chéjov para hablar de esas cosas? ¿Por qué ha escogido esta obra tan lejana que se enfoca más en otros problemas, y después casi arruina su fábula? Para mí, esto no ha quedado claro al final del espectáculo.
El autor demuestra también la fragilidad de las fronteras entre la realidad y la ficción. En algún momento Nao Albet se corta el dedo, está sangrando, y los actores tienen que hacer una pausa. Los espectadores se quedan sorprendidos y no entienden si todo eso forma una parte del espectáculo o de verdad pasó algo que nadie había planeado. Se descubre después que todo era una farsa, y todo eso permite ver como pueden desaparecer los limites que determinan lo teatral.
La escena simbólica corresponde a la idea principal del autor. La planta artificial significa la naturaleza de la aldea, la pantalla con la imagen del lago es un símbolo del lago donde pescan los protagonistas, pero todo eso sólo subraya la inutilidad de cualquier decoración tradicional en ese montaje. Las funciones de la tecnología son más importantes en esta obra, por ejemplo, durante los momentos más tensos Irene Escolar y Pau Miró hablan a través de la pantalla. Las palabras sólo aparecen en la pantalla para que todos las puedan ver. Creo que eso debería subrayar la distancia entre ella, una actriz joven, y él, un autor teatral que por primera vez se sube al escenario como actor. La misma pantalla se usa cuando Nao Albet se tumba bajo de la cámara para que todo el mundo pueda ver su cara en la pantalla. Eso debería reflejar los pensamientos y el sufrimiento del personaje, pero en realidad resulta ser un acto exagerado y rompe los diálogos y la narrativa de la obra.
Parece un mecanismo interesante y original que sorprende al público, pero ¿ayuda mucho al desarrollo de la pieza? ¿Transmite más claramente los pensamientos de los protagonistas y las ideas del autor? Lo dudo.
Por un lado, el teatro tiene que cambiar y desarrollarse. Hay que buscar las formas nuevas y experimentar, para que las piezas atraigan a los espectadores modernos y reflejen los problemas actuales, en otro caso el teatro va a tener solo el sentido arqueológico. Por otro lado, el teatro tiene su poder mágico gracias a ser otro mundo con las reglas establecidas, gracias a la fe poética que hace que los espectadores viajen al otro universo, donde pueden ver el poder del arte. Escuchar la tertulia de amigos actores que hablan sobre este poder no es lo mismo.
Autoficción, escenario simbólico y muy sencillo, tecnologías nuevas, ausencia de vestuario son mecanismos interesantes que construyen la obra moderna. ¿Pero necesitamos la modernidad sólo por sí misma? En mi opinión, todo eso simplifica demasiado la obra original de Chéjov. A causa de esta simplificación se pierde una parte significante de la obra canónica, y las citas de algunas partes de La gaviota y los paralelos obvios entre actores modernos y personajes decimonónicos no son suficientes para salvar este montaje. La gaviota de Àlex Rigola es una versión valiente, que tiene espíritu innovador, pero le falta la complejidad y la profundidad de la obra clásica.
Al mismo tiempo, hay partes muy buenas y expresivas. Lo que sí suena fuerte en el montaje moderno es un conflicto de la madre, interpretada por Mónica López, y de su hijo, interpretado por Nao Albet. El momento cuando él le muestra el dedo a su madre, es un momento muy gracioso y significativo. Este gesto refleja perfectamente la relación que existe entre ellos, más claramente que los diálogos originales, muy serios y amplios. Aquí también hay que destacar el trabajo de seis actores (Nao Albet, Pau Miró, Xavi Sáez, Mónica López, Irene Escolar y Roser Vilajosana), su actuación muy sincera y elegante, sin palabras y gestos falsos y exagerados.
Se refleja bien la relación contradictoria entre «la gaviota» Irene y Nao, se nota tensión y la atracción mutua entre ellos. Los momentos cuando Irene cita las frases originales, mientras Nao toca la guitarra, captan la atención de los espectadores. En general, la luz y la música son partes geniales del montaje. Son sencillos y corresponden al estilo de montaje, pero completan las palabras, imágenes, gestos y vestidos de los actores. Se oscurece cuando pasa algo dramático para subrayar la importancia del momento. La guitarra es la única música que escuchamos, acompaña los momentos más íntimos y tristes de la obra, como en la obra original Tréplev tocaba el piano cuando se sentía mal. Estos elementos parecen adecuados y crean una atmósfera emocionante en el teatro.
El ritmo es la otra cosa que también atrae. Es imposible que alguien se aburra viendo el espectáculo. La obra es muy dinámica, cambia la atmósfera a lo largo del espectáculo: los actores lloran y se ríen, citan a Chéjov y cuentan las anécdotas usando palabras coloquiales, hablan a través de micrófonos y de repente se escuchan sus voces desnudas, en algunos momentos empiezan a hablar el valenciano. Todo eso expresa la idea del autor – hablar en la forma lúdica sobre las cosas serias.
Y aquí nace la otra cuestión. ¿Es posible hablar sobre las cosas trágicas de manera tan alegre? En la obra original Tréplev se suicida y esto demuestra qué pasa a las personas que no pueden descubrir y realizar su talento. Nina queda infeliz porque se rompen sus sueños más importantes. En la versión de Àlex Rigola Nao está vivo a pesar de haber sufrido el conflicto con su madre y el amor no correspondido. Irene se convierte en una actriz popular, a pesar de haber perdido su hijo y sufrir el amor infeliz. El teatro, que es la cosa más importante para ellos, les ayuda a vivir a pesar de todo. Es un final feliz, pero se puede decir que no provoca la catársis necesaria por parte de los espectadores.
En la obra canónica de Chéjov Tréplev mata a una gaviota y la pone a los pies de Nina. En la adaptación de Àlex Rigola Nao Albet arruga un pájaro de papel y lo tira a los pies de Irene. Y la obra moderna se parece a la obra canónica como la gaviota de papel se parece a la gaviota real. Pero los pájaros de papel también pueden ser unos ejemplos de arte. Y para saber qué tipo de arte prefieres, hay que ver diferentes opciones.
Tatiana Fedotova
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A principios de diciembre, Àlex Rigola trajo su versión libre de La gaviota del astuto Antón Chéjov al Teatro Principal de Valencia. En el tiempo del Covid, la adaptación libérrima convierte el texto de Chéjov en un nuevo juego contemporáneo de ficción y autoficción, estallando la cuarta pared desde las primeras palabras mientras se mantiene una cierta distancia (no siempre de dos metros físicos) entre los personajes. No es la primera vez que Rigola nos haya presentado actualizaciones de los textos de grandes dramaturgos: nos ofreció Vania (2017), también adaptado de Chéjov, y Un enemigo del pueblo de Henrik Ibsen (2018).
En esta versión, tenemos un dramaturgo-director, y actrices y actores de la compañía Heartbreak Hotel, de Rigola, Max Glaenzael y Jordi Puig “Kai”, interpretando a personajes de Chéjov entrelazados con sus propias identidades. Nau Albet intérprete a Nau, lleno de todo el “angst” de los jóvenes, quien representa a Konstantín Tréplev, el hijo de Irina Arkadina; Jordi Oriol interpreta a Jordi Oriol/Boris Trigorin; Xavi Sáez actúa como una especie de narrador, interpretando a un Xavi/Sorin gracioso, el enfermo y hermano de Mónica/Arkadina, con un toque del quejoso Medvedenko y el objetivo médico Dorn; Mónica López nos muestra a la vanidosa Irina Arkadina con todos sus aires; Irene Escolar presenta la ingenua e incipiente actriz Irene/Nina; y Roser Vilajosana nos ofrece la perspectiva de la sensata Masha.
El escenario, diseñado por Max Glaenzel y el jefe técnico Igor Pinto, es abstracto y relativamente vacío (que contiene el “Empty Space” de Peter Brook, donde hacen Nau e Irene su “performance”), poblado por unas mesas y sillas, un banco, y un proyector que representan diferentes sitios. El proyector alterna entre una vista del lago que atrae tanto a Irene/Nina, el “streaming” de una de las mesas, y la mitad de una conversación entre Irene (hablando) y Jordi Oriol (escribiendo). Todo ello se suma a la cuestión de ¿dónde está la frontera entre el teatro y la realidad? La iluminación también es sencilla, enfocándose en el abanico de personajes.
Y, bajo las luces, destacan las realistas representaciones de Xavi y Nau. Xavi derrumba la cuarta pared con un “Bona nit” lanzado al público en espera de una respuesta. De ahí, sobresale por su humor irónico, su magnetismo, actuando no solo como mediador entre la pareja hijo-madre de Nau y Mónica, sino también entre el público y el teatro, sirviendo de nuestro guía.
Entre toda la verosimilitud de la adaptación actualizada (parece que llevan su propia ropa en vez de vestuario tradicional), tardamos en darnos cuenta de que Nau Albert, no el personaje sino el actor, se cortó la mano matando a la gaviota. Seguían todos con sus interpretaciones, sobre todo él, valientemente sangrando por el escenario, hasta que pidió una pausa para cuidar de la mano sangrante. Xavi ocupó el centro de atención mientras Irene (interpretando a Irene Escolar, la novia de Nau —o eso creemos—) y su amante Jordi Oriol fregaban el escenario. Y después, todos continuaron con sus interpretaciones, retomando la escena sin parecer preocuparse por la interrupción del espectáculo.
Este acontecimiento añadió inesperadamente un mayor nivel de ofuscación en el juego entre la ficción / autoficción y realidad, entre la intimidad indirecta de personajes interpretados por actores y la intimidad auténtica de personas confesando sus amores y temores, sus alegrías y arrepentimientos, sus éxitos y ansiedades. Sin éste, el rumbo hacia el acto final, donde los personajes / actores relatan (o confiesan) sus experiencias teatrales inspiradoras —¿verdaderas o inventadas?— podría haber sido anodino. La paulatina confesión final de Irene Escolar estaba llena de alguna emoción ambigua que nos recordaba aquel dolor preciso y profundo de la obra de Chéjov que condujo a Tréplov a suicidarse. Sin embargo, en la adaptación de Rigola, a pesar de la sombra de suicidio colgada sobre el escenario en forma de un arma de Chéjov atada a una cuerda, el suicidio de Nau/Tréplov es un hecho que, quizá adecuadamente, no sucedió.
Pero esta noche, salimos de las puertas pensando en el teatro, en la verosimilitud, en las experiencias de actores y actrices y dramaturgos, en la creación, y en si, al final, se había cortado la mano.
Mary K. Behan
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El 4 de diciembre del 2020 se presentó en el Teatro Principal de Valencia La gaviota de Àlex Rigola. Se trata de una adaptación libre, muy libre, de la pieza de Chéjov. En realidad, el texto original parece un pretexto para decir otra cosa. La obra es una síntesis esquemática del drama ruso: tan sólo se conserva el esqueleto, es decir, los datos más elementales de la historia. Estos sirven de puente para presentar una reflexión sobre el arte dramático y el mundo del teatro. Más que un conflicto, esta pieza muestra el amor hacia las tablas.
Toda la obra gira en torno a un elemento fundamental: la incorporación del espectador. Los distintos elementos de la representación están pensados para ganar la complicidad del público a partir del uso del humor, el manejo constante de referentes contemporáneos y una interpelación directa con los saludos y los apartes.
Esto es evidente en el vestuario: los actores están vestidos sin ningún tipo de artificio; las ropas son muy similares a las que podría estar usando el público. No se realiza un intento de que los vestidos representen la clase social de los personajes o que tenga algún tipo de significado dramático. No, más bien se utiliza un tipo imagen sobre el escenario que pone en igualdad de condiciones a los intérpretes y a los asistentes.
La configuración del escenario y la iluminación también son fundamentales en este sentido, no hay telón y el decorado combina elementos de una escena desnuda -en donde puede verse la tramoya- con algunos pocos objetos referenciales: un ordenador, una mesa y una pantalla que va proyectando imágenes y que va cambiando de función a lo largo de la representación; primero tiene el valor de un telón pintado que sugiere el lugar en donde transcurre la acción y luego se transforma en la pantalla de un ordenador que forma parte de la trama ya que sustituye las intervenciones de un actor en el diálogo.
La iluminación también es importante: durante buena parte de la obra la sala permanece iluminada, hacia el final de la pieza quedará a oscuras; además, la iluminación del escenario prácticamente no cambia durante la representación: solo se modifica en un momento: se utiliza una luz cenital para destacar a un personaje y eso ocurre cuando está recitando un fragmento textual de Chéjov. Lo importante aquí es que la luz, al igual que todos los elementos técnicos, cumplen dos funciones: primero ganar la comunión o, si se prefiere, la complicidad del espectador y, al mismo tiempo producir un distanciamiento reflexivo al mejor estilo brechtiano. El problema está, me parece, en que no estoy seguro de que estos dos propósitos sean compatibles de manera simultánea porque se crea un contraste en donde se pierde la atención del público.
Otro rasgo interesante de la obra es el cambio que se produce en la voz: al principio la voz de los actores comienza proyectándose a través de micrófonos; de repente se deja a un lado para dar paso a la voz natural. Esta modificación no es gratuita, es un recurso muy bien utilizado para crear la ilusión de intimidad con el público.
En pocas palabras, el gran logro de la obra está en que logra crear una incorporación total con el público. Es un recurso valioso que se trabaja con mano fina desde el comienzo; sin embargo hay un momento en el que se pierde. Esto ocurre en el instante en que se produce el cambio lingüístico, o mejor dicho cuando se cambia de lengua en la representación: desde el comienzo de la obra se habla en castellano, pero en un momento los personajes comienzan a conversar en catalán. Es uno de los pocos momentos de la obra en donde se produce un diálogo fluido sin apelar directamente al espectador. Lo interesante es que hablan todos los personajes menos uno: Nao.
Seguramente, esto se produce con una intención dramática: mostrar la separación emocional que existe entre ese personaje y los demás. Su distancia es enorme y no pueden comunicarse. Sin embargo, la separación también se produce entre esos cinco voces y el público. La complicidad y la integración que fueron trabajados como una pieza de relojería se rompen y no sé si vuelven a recuperarse en su totalidad.
Además hay que recordar algo importante: Àlex Rigola en su versión de La gaviota no ha querido reproducir, actualizar o interpretar el drama de Chéjov. Ha querido, más bien, escribir una suerte de carta de amor al mundo del teatro. Por este motivo la obra, en el fondo, carece de conflicto: la historia de amor, el drama social y la representación del suicidio se diluyen en una reflexión sobre el arte en donde se realiza una disertación sobre la importancia del espacio vacío, con citas de Peter Brook en el diálogo, y en donde los actores representan actores; es más, se representan a sí mismos.
Y, en este sentido, las actuaciones tienen las características de una obra en donde realmente ocurren pocas cosas: los gestos son contenidos y los movimientos escasos. Los actores tienen una fuerza expresiva extraordinaria –especialmente Irene Escolar que destaca en los episodios en que el texto le permite expresarse–, pero como el conflicto se encuentra supeditado a la reflexión teatral esa fuerza no se aprovecha del todo. Al mismo tiempo, dentro del juego de la reflexión teatral hay momentos en que se combinan distintas técnicas de actuación. Hay un momento de la obra en donde uno de los actores adopta un estilo completamente brechtiano en donde demora más de cinco minutos en realizar un movimiento con el brazo.
En pocas palabras, La gaviota de Rigola es una pieza muy interesante: es una apuesta muy reflexiva que intenta ofrecer una indagación sobre el mundo del teatro y su funcionamiento. Si el espectador entra en el juego y percibe la obra de este modo, casi como un texto teórico, seguramente descubrirá una pieza entretenida en donde el sentido del humor y la sutileza destacan, pero si se espera una obra más tradicional -con un conflicto, un desarrollo dramático y un mínimo de dramatismo- seguramente no la disfrutará. Por eso, creo que es importante verla: el argumento del texto original no es reinterpretado sino que se vuelve el punto de partida de una nueva posibilidad expresiva.
Giuliano Corrado
Teatre Principal. 4-6 de diciembre de 2020
Una producción de HEARTBREAK HOTEL I TITUS ANDRÒNIC; Intérpretes: Nao Albet, Jordi Oriol, Xavi Sáez, Mónica López, Irene Escolar, Roser Vilajosana; Versión libre de la obra de Anton Chéjov; Dramaturgia y dirección: Àlex Rigola; Ayudante de dirección: Alba Pujol; Espacio escénico: Max Glaenzel; Director técnico: Igor Pinto; Producción ejecutiva: Irene Vicente