Un corazón contemporáneo para el jardín de los cerezos: la versión de Ernesto Caballero (2019)

Xiaoyu Deng

La estudiante del máster Xiaoyu Deng pasó en China todo el primer cuatrimestre, sin poder viajar a Valencia debido a la pandemia. Por ello, tuvo que reseñar la grabación de un espectáculo, y escogió la versión de Ernesto Caballero de El jardín de los cerezos (Centro Dramático Nacional, 2019). Creo que la reseña que escribió, por la sensibilidad de su mirada y la precisión de su análisis, merece formar parte de Stichomythia Critica. Ojalá Xiaoyu Deng pueda ejercitar sus dotes críticas con espectáculos en vivo de la escena valenciana.

Jesús Peris Llorca

Escrita en 1904, El jardín de los cerezos es la última pieza de Antón Chéjov, llevada a la escena ese mismo año por Stanislavski, el gran director ruso. Se trata de una comedia en cuatro actos que narra la caída de la aristocracia rusa a finales del siglo XIX. Ernesto Caballero ha elegido esta obra como su último montaje al frente del Centro Dramático Nacional porque cree que los personajes de la obra tienen claras concomitancias con figuras de hoy: no tienen idea de lo que viene ni de cómo se gestiona el cambio en una sociedad cuyo modelo se ha agotado. 

Desde su estreno en 1904, la obra ha sido interpretada múltiples veces en épocas muy diferentes, en numerosos países y en distintos idiomas. La versión de Ernesto Caballero es una nueva relectura, con la intención de crear un lugar en el que los personajes puedan vivir hoy. De esta manera, aparecen en el espectáculo objetos de tiempos históricos diferentes: se usan teléfonos móviles y al mismo tiempo reciben telegramas, mezclan vestuario clásico (Trofimov) con otro actual (Anya), y giran las lámparas del siglo XIX como bolas de luces psicodélicas de las discotecas. Todo ello crea una zona difusa, intemporal y un mundo ilógico. Es como si nos hubiéramos quedado dormidos leyendo el texto original de Chéjov, y de pronto, todo lo que hemos leído entra en nuestro sueño y se mezclan con los elementos contemporáneos de nuestra vida real. En este sentido, el espectáculo es como un sueño: real y absurdo al mismo tiempo. 

La escenografía es coherente con el carácter onírico de la obra. En realidad, la puesta en escena es sencilla, porque todo sucede sobre una plataforma giratoria chapada de maderas, con una enorme casa de muñecas rodeada por un ferrocarril de juguete, y en las tres paredes de la escena están puestas tres grandes pantallas. 

No obstante, esos elementos constituyen en un escenario surreal y poético. Al final del primer acto, inesperadamente, la plataforma se parte para dar un camino a los bosques, mientras que aparecen en la pantalla detrás los árboles, y caen al mismo tiempo las hojas de otoño desde arriba. Es una escena de un profundo onirismo. Lo mismo ocurre con las cajas que caen del techo en el momento de la mudanza final o las proyecciones gigantes de los elementos del mobiliario que tan queridos son para Gayev. Vemos la casa de muñecas, que es paradójicamente pequeña en comparación con los actores que la rodean, y que puede transformarse en un armario de cien años que refleja la historia de la familia o reducirse a una ventana para mirar a lo lejos el jardín. En el último acto, los campesinos vienen a despedirse de la familia de Liubov y sus imágenes se proyectan en las pantallas como un cine documental… Cualquier cosa puede pasar en este escenario con tal de sorprendernos. Y esta sorpresa se teje sobre la frontera entre lo virtual y real, un nuevo confín de nuestro tiempo. 

Sin embargo, resulta curioso que el único espacio que no aparece en el escenario es el jardín, el lugar más importante para todos los personajes, lleno de recuerdos tristes y felices. Quizá justamente por eso, no se alude en el espectáculo para dejar un espacio libre de imaginación a los espectadores, para enfatizar su fin, su crisis. 

Otros elementos interesantes son la iluminación y la música. En el tercer acto aparecen tres lámparas de época. Cuando los personajes empiezan a cantar una canción popular rusa, giran como las bolas de una discoteca, y en este momento se proyecta en las pantallas el vídeo de esa canción con la figura del cantante. Es una de las escenas más paradójicas y extravagantes del espectáculo. Pero a la vez, nos muestra la piel semiótica de nuestro tiempo, todos los artefactos que esconden la decadencia de un modo de vida. 

En la versión de Caballero, El jardín de los cerezos sigue siendo una obra de grandes personajes con un reparto de lujo encabezado por Carmen Machi (que ya ha participado en otras versiones de la obra de Chéjov) en el papel de Lyubov Andreyevna, la aristócrata que lo ha perdido todo y que se niega a admitir su ruina; y Nelson Dante, quien se desempeña a Ermolái, el descendiente de siervos que lo ha ganado todo y que no está dispuesto a detenerse en su ambición. La consagración de su triunfo final lo coloca en su sitio. También merece una mención la elección de Isabel Dimas para interpretar al anciano criado Firs. La actriz hace un estupendo trabajo gestual y de voz. 

Cabe destacar que, con mucha frecuencia, los actores salen y entran en la escena por el patio de butacas. Lo cual rompe, en cierta medida, el límite entre el espacio escénico y el público, permite que los espectadores los vean de cerca, los sientan de cerca y los sigan al mundo de ficción. 

Ernesto Caballero ha querido ser fiel a este último Chéjov, sobre todo en su sentido de comedia, y ha añadido factores cómicos, irónicos y exagerados a los personajes excéntricos, especialmente a Epijódov y Charlotte. Ha cambiado la bota de Epijódov por zapatos deportivos, y ha cambiado parte de las líneas de Charlotte por un canto de soprano. 

Hace un siglo, muchos críticos decían que esta obra era de gran valor porque reflejaba la decadencia de las clases aristocráticas y la emergencia de las clases burguesas. No obstante, cien años después, espectadores de distintas nacionalidades acuden a verla interesados por la historia de los cambios sociales de un país y un tiempo lejanos: para descubrir, que Chéjov hablaba ya de personas desorientadas y perplejas frente a una encrucijada, de cómo decir adiós a un pasado hermoso, a un mundo que desaparece. En este sentido, podemos decir que Caballero ha leído la obra de Chejov con el corazón de un artista contemporáneo. 

Xiaoyu Deng

Teatro Valle Inclán, de Madrid, del 8 de febrero al 31 de marzo de 2019

Intérpretes: Chema Adeva, Nelson Dante, Paco Déniz, Isabel Dimas, Karina Garantivá, Miranda Gas, Carmen Gutiérrez, Carmen Machi, Isabel Madolell, Fer Muratori, Tamar Novas, Didier Otaola y Secun de la Rosa; Texto: Anton Chéjov; Versión y dirección: Ernesto Caballero; Escenografía: Paco Azorín; Iluminación; Ion Aníbal; Vestuario: Juan Sebastián Domínguez; Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo; Vídeo: Pedro CHamizo; Movimiento escénico: Carlos Martos.

Una producción del Centro Dramático Nacional

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