Irene Pérez Blasco

Una veterana actriz, madre de familia, que pretende rejuvenecer a base de retoques faciales; otra actriz, hija de la primera, pero esta vez dedicada al cine porno; un hijo transexual; la hermana de la primera actriz, soltera y sin hijos, con ideales ecologistas llevados al extremo que rozan lo lunático; y otra de las hijas de la familia, lesbiana y de personalidad excéntrica; sin olvidar al exmarido de la madre protagonista, que solo al final de la obra despertará de su naturaleza aparentemente fantasmal: todos ellos sentados alrededor de la mesa del comedor de Alicia, la hermana con la que convive la madre, impecablemente interpretada por Lola Moltó, la cual ha convocado la velada sin revelar el motivo de la misma.
La cena familiar que se imaginaba agradable acaba siendo un escenario en que se ponen de manifiesto los problemas, las inquietudes, y, en definitiva, las grandes verdades que se ocultan tras todas las máscaras de que nos servimos hoy en día para tratar de anestesiar la cruda realidad. Todos los personajes de la obra esconden algo, y de ahí precisamente el título, que alude a ese intento por maquillar las evidencias a través de la anestesia, del mismo modo que el paso de los años mediante cirugías estéticas.
Ante todo, la propuesta de Rafa Calatayud, excelente director de actores, para Anestesiadas, obra de la compañía Olympia Metropolitana con texto del propio Rafael Calatayud y Sonia Alejo, es representar una obra de mujeres sobre mujeres en nuestro mundo contemporáneo, centrándose especialmente en la libertad de las mismas para decidir sobre su propio cuerpo. Esto último se refleja en particular en el personaje del hijo transexual, interpretado por David Nácher, quien ha logrado afirmar su verdadera identidad a pesar de las ataduras de la sociedad. Asimismo, es curioso que la presencia del marido en la sala no se revele hasta el final, habiendo llevado al espectador a pensar que había fallecido y que todavía merodeaba por la casa. Esto implica que su figura, al igual que la razón de la cita, carece de importancia, cediendo protagonismo a las mujeres de esta historia. La motivación de la reunión familiar constituye solo una excusa para que tengan lugar toda una serie de confesiones, pues solo se descubre al final: la noticia de que la madre se vuelve a casar con su exmarido y padre de sus hijos, momento idóneo para cerrar la obra con la alegría y el humor propios de toda comedia.
Es una representación naturalista, dado que retrata fielmente una sociedad preocupada por un tempus fugit posmoderno, por lo efímero de la juventud, por la primacía de la imagen y de las apariencias, de lo que se deriva un sentimiento profundo de sentirse deseados, de encajar con dichos moldes visuales. Bajo la comicidad de la diégesis se hallan las grandes certezas, empezando por poner de relieve la realidad de las relaciones familiares en una supuesta cena familiar, donde se espera de los parientes cordialidad, aunque en ocasiones fingida, similar a las reuniones que tienen lugar en ocasiones como Navidad. De hecho, los personajes rechazan los abrazos de una de las hijas por ser esta capaz de adivinar sus secretos, lo cual se traduce en la revelación de la verdad, de la que todos sin excepción huyen.
Se trata de una obra en que la cuarta pared actúa como espejo que nos mantiene como público al tiempo que logra que nos reconozcamos en los personajes, además de movernos a la reflexión acerca de lo encarnado por ellos.
Todos los personajes son singulares, lo cual no es casual, poseen una forma propia de expresión, en la cual nos podemos reconocer, sin lugar a dudas, muchos de nosotros en la actualidad. Por ello, la perspectiva afectiva no es fija, salta de personaje en personaje para volver a empezar, pasando por la mirada de todos ellos en poco más de una hora.
Destaca la interpretación actoral, pues con los elementos justos (un espacio escénico único, el salón de Alicia, convertido en improvisado confesionario, así como la inexistencia de efectos o variaciones de vestuario destacables) resulta magistral.
Una de las escenas, hacia el desenlace del drama, me pareció excepcional por desligarse de la tónica general de la representación y rozar el surrealismo: Alicia aparece en escena con un vestido casi de gala llevando en brazos a su “hija”, Berta, una muñeca. Se trata de un hecho que simboliza el deseo por ser madre, proyectado en sus paranoias, que resulta ser una de las confidencias más explícitas. Sin embargo, aunque esta circunstancia podría catalogarse como trágica, veremos que adquiere el ingenio propio de la comedia al desvelarse que el germen de sus alucinaciones son unas infusiones que su amiga Resurrección le recomendó. Esta constituye una de las ocasiones en que la perspectiva afectiva abandona su carácter nómada para posarse en Alicia, al sentir lástima y compasión por ella.
Una obra cercana, de las más sinceras que he visto representadas. Al final de la obra sentí una sensación encerrada mucho tiempo atrás, y que, sobre todo cuando cayó el telón y acto seguido los actores y actrices juntaron las manos y dibujaron una gran sonrisa, despertó de nuevo en mí. Menciono esta sensación pero, paradójicamente, no sabría definirla de forma fiel, pero puedo decir que sentí una mezcla de felicidad, admiración, empatía, y nostalgia. Felicidad por haber disfrutado tanto de la representación, en la medida en que nuestras risas brotaban fácilmente por la evidente identificación que sentíamos todo el tiempo; admiración, por supuesto, por la gran labor de las actrices y de los actores, así como de todo el equipo que hay tras los bastidores; empatía por el grupo actoral, en cuyos rostros se reflejaba la pasión por la actuación, su modo de vida; y cierta nostalgia por haber dejado de frecuentar el patio de butacas para sentir lo que entonces sentía. Hablo de añoranza o de melancolía porque en el fondo sé que cada vez más muchos de nosotros optamos por la actuación en la gran pantalla y descuidamos la que tiene lugar en vivo y en directo, la verdaderamente auténtica. Además de todo ello, me surgió el deseo de sumergirme en la escritura del drama y también de refugiarme de nuevo tras un personaje, para acabar descubriendo el personaje que viste mi nombre.
El teatro es magia. Anestesiadas lo es, al igual que muchas otras obras de su naturaleza y calidad. Anestesiadas trata el tema universal de la verdad adaptado a los tiempos contemporáneos, expresado de forma personal, en que subyace tras los desencuentros familiares la idea de aceptar y de querer al otro tal y como es, y ese es el verdadero amor, que se extiende a todos los campos, no solo al familiar.
Por último, dejando a un lado el análisis de esta obra en particular, me gustaría apuntar a modo de recordatorio, para todo aquel que esté leyendo estas líneas, que no dejemos de ir al teatro, nunca dejemos de hacerlo, no cometamos ese error. Esta obra me recordó que el teatro es vida, que el teatro es la vida misma, en palabras del gran dramaturgo inglés, algo que a menudo olvidamos. El teatro es vida porque te hace sospecharla en tus propias carnes.
Teatre Talia. Del 6 al 17 de octubre de 2021
Texto: Sònia Alejo, Rafael Calatayud; Intérpretes: Lola Moltó, Cristina Garcia, María Juan, Jaime Linares, Arantxa González, David Nácher; Dirección: Rafael Calatayud; Ayudantía de dirección: María Zamora; Diseño de iluminación: Verónica Salatino; Diseño gráfico: Assad Kassab; Diseño de vestuario: Cristina Perpiñan; Caracterización: Josán Carbonell; Construcción de escenografía: Neo Escenografía; Director técnico: Mundi Gómez; Producción: Olympia Metropolitana,S.A , Arantxa González y David Nácher