Un periquito en la pecera: «El jardín de Valentín», de Tranvía Teatro

María Carrió Asensi – Coral Pérez Contreras

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El pasado domingo 5 de diciembre fui a la Sala Russafa a ver el último espectáculo de la compañía Tranvía Teatro. Esta es una compañía aragonesa que ha traído a Valencia un espectáculo teatral llamado El jardín de Valentín.

La compañía teatral Tranvía Teatro es una compañía cuyo origen se remonta al Aragón de 1987, en el que un grupo de estudiantes de Arte Dramático decidieron crear una compañía de teatro profesional. En 1992, después de haber llevado a cabo seis espectáculos, el Gobierno de Aragón la declara Compañía Concertada. Tres años más tarde, enfocarán su labor dramatúrgica en la creación de un espacio escénico en Zaragoza para dar paso, en 1996, al Teatro de la Estación.

No obstante, a partir de ese momento deja de ser Compañía Concertada del Gobierno de Aragón y, hasta 1999, será compañía titular. Un año más tarde, Tranvía Teatro y el Teatro de la Estación se separan de manera parcial. La compañía Tranvía Teatro se orienta hacia la producción artística, mientras que el Teatro de la Estación acogerá compañías y espectáculos internacionales.

La obra El jardín de Valentín se estrena por primera vez en Portugal el 9 de noviembre de 2021, bajo una iniciativa internacional del Circuito Ibérico de Teatro. Tras su estreno en el Teatro Das Beiras de Portugal, se trajo hasta el barrio de Russafa, en Valencia.

El jardín de Valentín es un espectáculo teatral que toma los textos de grandes dramaturgos y humoristas como Samuel Beckett, Karl Valentin y Rafael Campos. Bajo la dirección y puesta en escena de Cristina Yáñez, cuenta con la maravillosa interpretación de Javier Anós, Daniel Martos y Natalia Gómara al piano.

Para la representación de la obra, se dispone tan solo de una sala con un piano y dos banquetas. Del diseño del espacio escénico y el atrezzo se encarga F. Labrador y tanto en el suelo como en la pared hay proyecciones de imágenes que simularán el paso del tiempo, ayudarán a ubicar la acción o respaldarán con algún tipo de soporte audiovisual aquello que los personajes están diciendo. En ese sentido, se puede hablar de un espacio de la representación icónico polivalente.

El espectáculo comienza en el momento en que dos individuos se encuentran en un espacio indeterminado que, por las proyecciones del suelo y de la pared, parece remitir a un jardín, probablemente el jardín de Valentín. Estos dos personajes discuten por el hecho de encontrarse siempre en el mismo lugar y cuestionan cuál es el sitio que debería ocupar el otro. Bajo este cuestionamiento de su posición, y del lugar que ocupan, se articulará toda la trama de El jardín de Valentín.

Para todas estas reflexiones en torno a la existencia, la iluminación y las proyecciones de vídeos o soportes visuales serán muy importantes, ya que servirán de apoyo fundamental para los personajes. De ello se ha encargado Felipe García Romero y consigue reforzar el espacio escénico dotándolo de una singularidad y una fuerza muy característica.

Este espectáculo es un espectáculo metateatral en el que todo él gira en torno a la función del teatro, del espacio que ocupan los actores y las actrices y cómo los recibe el público. Para hablar de esta contraposición hay una constante alusión a un «ellos» y a un «nosotros». Esta distinción se ve reforzada en el vestuario, de la mano de Jesús Sesma, ya que los personajes van vestidos con ropajes propios de la clase baja de finales del siglo XIX, lo cual los distancia más de aquel «ellos».

Aluden al término «ellos» para referirse a lo que está fuera del teatro; a lo que está más allá del círculo de la representación y de la propia sala en el que se está llevando a cabo. Forma parte de este «ellos» el público, que viene de fuera y se introduce en la sala y en la representación tan solo durante un rato. Por el contrario, ese «nosotros», hace referencia a los propios actores, y está en constante diálogo con el «ellos» al que quieren acercarse, pero no pueden. Toda su vida parece encerrarse en la esfera de la representación.

Los personajes de Daniel Martos y Javier Anós (que en ningún momento reciben nombre) intentan desligarse de aquello que los ata y los condiciona durante la representación teatral. Ellos mismos comienzan a tomar consciencia de su propia existencia como personajes que representan un papel que ya está escrito, y quieren romper con ello; transgredir las normas y lo establecido en el guion. Es por ello por lo que hay constantes alusiones a las jornadas teatrales y al oscuro. Los personajes quieren que las jornadas terminen y llegue «el oscuro final». Están cansados de representar siempre lo mismo.

Poco a poco entre estas discusiones, que dan lugar a conflictos y debates entre los dos personajes, se van intercalando historias que ellos cuentan y para las cuales usan una bolsa de la cual van sacando objetos. De este modo, el personaje de Daniel Martos cuenta la historia de cuando fue con su madre a ver una obra de teatro a la Sala Russafa, sacando un plano de la bolsa. Aquí se hace una referencia directa a la sala de la representación a través de la cual se puede intuir un pequeño resquebrajamiento de la cuarta pared.

Por su parte, el personaje de Javier Anós, sacará un pez de cartón de color dorado para contar aquella vez que intentó poner el pez en la jaula del periquito y el periquito en la pecera. Esta es una metáfora muy llamativa que de nuevo permite entroncar con las reflexiones acerca del lugar que ocupan los personajes. El pez en la jaula del periquito se muere porque no es su lugar, del mismo modo en que ellos no consiguen salir del círculo de teatro porque no se sienten pertenecientes al «ellos» constante al que aluden, aunque quieran formar parte de él.

A medida que los personajes van hablando, las imágenes proyectadas sobre el suelo y la pared cambian. Se proyecta el amanecer, atardecer y la luna. Esto nos puede llevar a pensar en el paso del tiempo dentro de la fábula. A través de las imágenes del amanecer y anochecer podemos intuir que en la fábula pasarán aproximadamente tres días. Aunque todo ello se concretará en un tiempo real de una hora y diez. A esta duración y diferenciación entre el tiempo teatral concentrado y el tiempo real también aludirán los propios personajes a partir de lo que sucede en el segundo día del drama.

En el segundo día, los personajes hablan de los bichos como animales domésticos, y de la vaca como el animal más doméstico de todos, ya que da leche y la leche está en todas las casas. A la vez que hacen referencia a estos animales, en la pantalla del suelo se proyectan imágenes de los distintos bichos que van mencionando, así como del estampado de una vaca. No obstante, hay un momento en que comienza a hacerse cada vez más oscuro, sin terminar de sumergir la escena en una completa oscuridad, pero los personajes se pierden de vista.

El personaje de Daniel Martos le pregunta al de Javier Anós a dónde ha ido, y si es que ha ido a buscar una salida. Aunque en ese momento no se especifica a qué salida se refieren, a medida que avanza la representación se entenderá que se refería a una salida del teatro, para poder estar con ese «ellos» al que se refieren; el público y los de fuera.

El personaje de Javier Anós le responde que ha ido a mear, ya que lo necesitaba porque la segunda jornada siempre es la más larga y quiere que llegue ya el oscuro. A continuación, el personaje interpretado por Martos dirá: «La última palabra tiene siempre la palabra FIN». Esta frase es muy esclarecedora, ya que se hace alusión directa al texto teatral. Un texto teatral que los está oprimiendo y cuya representación no los deja salir.

Sim embargo, el personaje de Javier Anós se cansa de esperar a que llegue el oscuro y le dice a su compañero que se va a ir como si fuera uno de «ellos». Por la misma puerta por la que salen «ellos» y con «ellos». Sale por un lado de la sala, por la puerta que ha usado el público para entrar, y que usará luego para salir, y se marcha.

Lo siguiente que se escucha es una llamada telefónica. El personaje de Daniel Martos responde y en la pantalla se proyecta la imagen de su compañero, quien ha conseguido salir y convertirse en «uno de ellos» y ahora está viajando por el mundo. No obstante, esa ilusión dura poco, ya que minutos más tarde vuelve a introducirse en la sala de la representación. A continuación, se da una ruptura completa de la cuarta pared y se juega con el tiempo de la representación y el tiempo de la fábula.

El personaje de Javier Anós asegura haber estado fuera cerca de nueve meses, casi un año. Sin embargo, su compañero le responde que eso es imposible, porque la gente que está sentada en las butacas es la misma, no ha pasado el tiempo que él dice. Hay un intento de aceleración de la acción frustrado, ya que es el propio personaje de Martos el que dice que la percepción que tiene de haber estado fuera casi un año es una ilusión, ya que el público es el mismo. Aquí la escena se convierte es una escena integrativa que mete al público también dentro de la representación, ya que uno de los personajes ya no está en el escenario, sino en el patio de butacas y apela directamente al espectador; rompiendo la cuarta pared.

Al final, el personaje de Javier Anós vuelve al círculo de la representación y habla con su compañero sobre cómo tienen que hacer un espectáculo final que haga reír al público, ya que no quieren que se vaya triste, aunque ellos sigan encerrados en su existencia y no puedan convertirse en ese «nosotros» tan anhelado. Es por ello por lo que la obra se cierra con un baile final al ritmo del piano, que ha ido acompañando todas las escenas anteriores. Cuando finaliza el baile, los tres personajes acuden al centro del escenario y saludan, pero el oscuro sigue sin llegar. En este momento, el personaje de Javier Anós dice que han de marcharse, el oscuro tendría que haber llegado, pero no lo ha hecho. Los espectadores ya llevan una hora y diez viendo la representación, por lo que es hora de irse. Dicho esto, los actores abandonan la escena, y acto seguido se hace el oscuro.

El hecho de que no haya oscuro final, mientras los personajes están en el escenario y dicen haber terminado con la representación, puede resumir perfectamente toda la esencia de la obra y cómo, al igual que el escenario, toda ella tiene forma circular. El principio es el final y el final es el principio. Nunca acaba y todo el rato sucede lo mismo.

Los personajes tienen miedo de salir, y finalmente, como hace el personaje de Javier Anós, termina volviendo al círculo; al jardín de Valentín, porque es el lugar en el que se sienten ellos mismos y, aunque quieran existir fuera de él, no pueden hacerlo.

Por mucho que quieren formar parte de ese «nosotros» que ha ido a verlos, y del que forma parte el público, cuando el personaje de Javier Anós sale y vuelve al espacio de la representación, se da cuenta de que realmente no puede existir fuera de él; siempre termina volviendo. Tenía que volver y vuelve.

Esta representación anacrónica que combina vestimentas propias de finales del siglo XIX y tecnología y proyecciones, con las cuales interactúan los personajes, apela directamente al espectador y lo hace partícipe desde ese «nosotros» al que los personajes se quieren acercar y con el que quieren mimetizarse para dejar de interpretar un papel.

Una representación fascinante, divertida y con un mensaje que invita a la reflexión a través de personajes que beben de Buster Keaton, Charlot o los hermanos Marx. Una reflexión, ya no solo en torno al mundo del teatro, sino también al mundo de ese «nosotros»; de los de fuera del teatro.

¿Hasta qué punto ese «nosotros» está también encerrado en su propia representación? ¿Hasta qué punto nosotros también interpretamos un papel que se nos impone? Los personajes quieren salir de teatro porque piensan que así serán libres, ¿pero son realmente libres los que están viendo la representación?

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En esta obra se nos presenta a tres personajes sin nombre. Por un lado, tenemos a la mujer de pelo rosa (Natalia Gomara) que solo está allí para tocar el piano en determinados momentos y para ir ofreciendo el poco atrezo que se presenta en la obra. Su existencia parece fluctuar entre el estar y el no estar (pese a mantenerse siempre en escena), pues en varias ocasiones los otros dos personajes, que podríamos calificar de los verdaderos protagonistas, no parecen notar su presencia, pero en otras ocasiones hablan como si fuese parte de su grupo.

Por otro lado, tenemos a dos hombres, uno mayor (Javier Anós) y otro más joven (Daniel Martos), que son los que tienen todo el diálogo (la mujer no habla en ningún momento, aunque sí hay cierta gestualidad por su parte). El joven se nos presenta como el más sabio y el de mayor edad como el más inseguro, incluso algo tonto. Sin embargo, los papeles de ambos evolucionan a lo largo de la obra, pues el mayor, que aparentemente parecía algo tonto, comienza a plantearse dudas existenciales y a reflexionar sobre su papel en el mundo, concretamente en su pequeño mundo, el cual parece ser el escenario. Mientras que por otro lado el más joven pasa de la seguridad absoluta a cierta inseguridad.

En lo referente al argumento, la obra en sí viene a consistir en el paso de varias jornadas (marcadas por la aparición de la luna y el amanecer en una pantalla que hace de fondo) en la que los personajes principales (el joven y el mayor) divagan sobre escenarios inverosímiles y sin sentido. Un ejemplo de esto lo tenemos cuando el mayor de ellos nos habla de la imposibilidad de meter sus peces en la jaula de su canario y a este en el acuario de sus peces o cuando el joven menciona la vez que fue al teatro con su madre y le sorprendió que teniendo que pagar ellos, fuesen los actores los que tuviesen el mejor sitio. Esta última anécdota resulta especialmente interesante, pues el joven menciona que fueron a ver la obra a la Sala Russafa, lugar donde nos encontrábamos los que acudimos a ver la representación.

Entre estos diálogos sin aparente sentido hay un momento, durante las primeras jornadas, en el que el joven menciona que él padece angustia existencial y que su compañero padece ansiedad existencial y creo que esto nos ofrece el inicio de una justificación que explica el por qué se han estado comportando como lo han hecho. Parece que están constantemente divagando por miedo a tratar un asunto concreto, y este asunto concreto es al fin sacado a relucir por el de mayor edad. Este le preguntará a su compañero en varias ocasiones qué sentido tiene la existencia de ambos, a lo que el joven terminará cediendo y dirá que su existencia no tiene sentido como tal, que lo único seguro es que están ellos, que viven dentro, y están los de fuera, que vienen de vez en cuando, pero terminan marchándose.

En esta diferenciación entre los de dentro (ellos) y los de fuera, podemos deducir que están hablando de que los de dentro son los personajes de una obra de ficción (concretamente la que estamos viendo) y los de fuera somos el público que asiste a verla. Esta idea se ve especialmente reforzada cuando el joven menciona que ellos solo existen cuando los de fuera llegan y que cuando estos se van se hace la oscuridad y la nada hasta que vuelven. En este caso la oscuridad representaría el final de la obra y la nada el hecho de que sin público la representación no tiene sentido y por tanto ellos, como personajes de dicha representación, no podrían existir.

Esta idea, que ya podríamos considerar metateatral, va más allá, pues ambos personajes terminan confesando que en más de una ocasión han tratado de irse con los de fuera (el público) y que al llegar a ‘la luz’ no se han atrevido a salir. Ninguno de los dos confiesa que es por miedo, pero se deja traslucir en la forma que tienen de hablar sobre el tema, especialmente el joven, que insiste en que no han salido todavía porque no están listos para ello y también en que las cosas deberían quedarse como están.

Sin embargo, esta aparente conformidad es rota por el mayor, el cual, en lugar de seguir el guion habitual en el que él se marcha antes que su compañero, dirá que se quiere quedar en escena el último, a lo que el joven responderá sorprendido, pero terminará cediendo. Una vez se queda en escena lo vemos salir por la puerta por la que el público ha entrado y tendrá que salir después, rompiendo de este modo la cuarta pared.

Al hacerse la luz de nuevo, vemos que un teléfono suena y el joven lo coge. Se nos muestra entonces en la pantalla del fondo al mayor de ellos caracterizado de turista y con fondos de diferentes lugares emblemáticos del mundo. Al parecer ha llamado al joven para acusarlo de cobarde por no atreverse a salir al mundo exterior, y le critica por haberle dicho que los de fuera vivían como ellos, pero en un mundo más pequeño.

Esta idea que nos hace pensar que el personaje de la ficción ha salido al mundo real se rompe por completo cuando vuelve a aparecer en escena y el joven le adivina todo lo que va a decir, mostrándonos de este modo que todo lo que ha pasado y su supuesto escape es parte del guion de la obra que están interpretando. El joven refuerza esta idea al decirle al mayor que lo que él ha considerado casi un año de estar en el exterior, en realidad han sido unos minutos, y que no hay ninguna posibilidad de que ellos puedan salir de dentro (el escenario o la obra).

En este momento de confrontación entre ambos personajes también es interesante que ambos hagan referencia directa al público en varios momentos, rompiendo de nuevo la cuarta pared (el mayor menciona en una ocasión que él ha sido como ‘ellos’ al salir del teatro, señalando directamente al público). En esta discusión también resultan interesantes las palabras del joven «todo es una sombra, una ilusión, una ficción». Estas parecen hacer referencia directa a la obra La vida es sueño de Calderón de la Barca, donde encontramos unos versos casi idénticos «¿Qué es la vida? Un frenesí./¿Qué es la vida? Una ilusión,/una sombra, una ficción (…)» (2010: 167). Y esto es especialmente interesante porque en la obra de Calderón en general y en este verso en particular se trata el motivo de que la vida es sueño, algo que en esta obra es uno de los focos principales, aunque en lugar de sueño podemos decir ficción, pues la vida para los protagonistas de la obra resulta ser literalmente una ficción.

Por último y tras la charla del joven, el mayor termina asumiendo que nunca podrá huir de allí y vuelve derrotado al escenario. Ante esto el joven le dice que no pueden terminar la función en un tono tan sombrío por lo que hacen un pequeño baile ridículo antes de terminar. Sin embargo, cuando se supone que la obra debía terminar y ambos se quedan quietos esperando la oscuridad, esta no llega. Ante esto el joven se pone especialmente nervioso y se dirige directamente al público diciendo que ya deberían haber terminado la obra y que al día siguiente volverían a representarla (justo al día siguiente se volvía a interpretar la misma obra en la misma sala). En este breve discurso hacia el público también dirá que la representación nunca es igual, probablemente haciendo referencia a que cada actuación, aunque sea de una misma obra, es diferente a las demás. Al fin las luces se apagan y se termina la función.

Una vez aclarado el argumento y la temática principal de esta peculiar interpretación, pasemos a hablar de algunos aspectos técnicos. El primero de ellos, la escenografía. Y es que, aunque es escasa, está muy bien utilizada.

En escena nos encontramos únicamente con un hermoso piano blanco, lugar en el que la mujer se pasará gran parte de la obra. Luego tendremos una pantalla que hará de fondo (lugar donde aparece la luna y el amanecer durante el paso de las jornadas) y otra pantalla en el suelo que tiende a proyectar hierba por el día y oscuridad total por la noche. Las pantallas son sin duda lo que darán más juego en la obra, pues no solo serán indicativas del paso de las jornadas junto a la iluminación (la cual se va haciendo más tenue conforme avanza el día) sino que también se usarán como representación de lo que los personajes van diciendo. Un ejemplo de esto lo tenemos cuando entre las múltiples divagaciones de ambos, el joven le dice al mayor que los de fuera no paran de provocar guerras y se matan entre ellos, algo que se verá representado en la pantalla del fondo con imágenes bélicas y cementerios. También tenemos otro ejemplo de uso de la pantalla en el momento ya mencionado en el que se nos muestra al mayor de los personajes cuando llama.

Esta escenografía, como ya se ha mencionado, se combina con la iluminación, la cual en esta obra adquiere un papel especialmente relevante. La iluminación no solo marcará junto a las pantallas el inicio y final de las jornadas, sino que, siguiendo el hilo de la argumentación, nos está indicando también cuándo se acerca el final de la obra y cuándo tenemos un momento de especial importancia (en este caso se ilumina mucho más la escena). Un momento especialmente interesante de la iluminación lo tendremos cuando todo queda en completa oscuridad al final de una de las primeras jornadas y los personajes cogen linternas y se iluminan solo su rostro, momento en el que podemos ver el miedo del mayor de los personajes ante la oscuridad y seguramente ante la idea de que pueda ser el fin de la obra y por tanto de su existencia temporal.

Acompañando a estos elementos tenemos el vestuario que, aunque se mantiene prácticamente constante en toda la obra, tiene ligeras variaciones. De base tanto el joven de los personajes como la mujer parecen llevar un atuendo de vagabundo, mientras que el mayor de ellos lleva un traje viejo y sucio. Durante la obra estos atuendos no cambiarán, sino que se añadirán elementos a ellos, generalmente sombreros. Lo vemos cuando hablan de las guerras y se ponen un casco y un sombrero de soldado o cuando el mayor llama y lleva unas gafas de sol y un colgante de flores. También en el baile final veremos que se ponen unos sombreros ridículos acorde con lo que están cantando. Es interesante mencionar que, aunque el personaje femenino no hace mucho durante la obra, sí será la encargada de ofrecer estos accesorios en la mayoría de las ocasiones y también tendrá el suyo propio para acompañar a los que llevan los otros dos personajes en cada momento.

En relación con este personaje femenino, tenemos el apartado musical. Y es que, la chica es la encargada de tocar el piano en momentos muy determinados donde acompaña con música las locuras de sus compañeros de escena. Música que se basará únicamente en ella tocando el piano y de vez en cuando en el canto de sus compañeros.

Por último, quería mencionar el trato del tiempo en esta obra, pues resulta algo peculiar. Los personajes nos hablan de jornadas como sinónimo de días, término que teniendo en cuenta la temática de la obra no parece ser fruto de la casualidad, pues es usado habitualmente para marcar los diferentes actos de una obra de teatro. El caso es que a lo largo de la obra podemos observar unas tres o cuatro jornadas (de nuevo, marcadas por la aparición de la luna y el amanecer) que no responden a una duración determinada (algunas son mucho más largas que otras) y que parecen marcar únicamente el cambio de acto. También vemos una incongruencia cuando el mayor de los personajes dice haber estado un año en el mundo exterior pero su compañero le puntualiza que han sido unos minutos.

Teniendo en cuenta todos estos elementos nos encontramos en definitiva ante una obra cuyo mensaje, aunque no sea directamente mencionado, se nos transmite no solo mediante los diálogos de los personajes sino también mediante el uso de todos los apartados escénicos, logrando de este modo que algo que el público comienza a deducir durante las primeras jornadas, quede muy claro de cara al final de la obra.

Sala Russafa. 4 y 5 de diciembre de 2021

Dramaturgia y dirección: Cristina Yáñez; Intérpretes: Javier Anós, Daniel Martos y Natalia Gomara; Diseño espacio escénico y atrezzo: F. Labrador; Iluminación/videocreación: Felipe García Romero; Espacio sonoro-arreglos musicales: Rubén Larrea; Vestuario: Jesús Sesma; Producción ejecutiva:  Fernando Vallejo

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