Heridas de muerte las palabras: «Atocha. El revés de la luz», de Javier Durán

Marcela Fernández Fong – Ángela Barbosa García

I

Siento esta noche heridas de muerte las palabras. 

Rafael Alberti 

Representada el 9 de noviembre de 2021 en la Sala Matilde Salvador del Centro Cultural La Nau (UV) como parte del ciclo de Teatre de la memòria (9-14 de noviembre), «Atocha. El revés de la luz» es la primera obra que se centra en tratar la matanza de los abogados laboristas de Atocha, un atentado cometido por terroristas de ultraderecha en la ciudad de Madrid el 24 de enero de 1977. 

Escribe y dirige Javier Durán, quien conforma el texto a partir de las entrevistas y declaraciones del único superviviente vivo hoy de este acontecimiento, Alejandro Ruiz-Huerta. Este, además, constaría como colaborador especial de la obra. En aproximadamente 70 minutos de duración, «Atocha. El revés de la luz» combina el presente y el recuerdo del pasado para reivindicar la Historia reciente del país. 

La historia que nos presenta Durán en «Atocha. El revés de la luz» es la del mismo Alejandro Ruiz-Huerta, quien, tiempo después de haber sufrido el atentado junto con sus compañeros y haber salido con vida, decide reunir sus memorias en un libro que batalla con terminar de escribir, por ser incapaz de enfrentarse a su recuerdo de aquel día. Comienza, entonces, a acercarse al suceso a través de escenas de su juventud como su etapa universitaria y sus primeros acercamientos a la política, e irá dando saltos hacia atrás y hacia delante en el tiempo. 

La obra tiene la particularidad de contarnos una historia enmarcada: vemos cómo Alejandro intenta narrarnos su historia, de la misma forma que vemos discurrir la historia en sí misma. Se nos van presentando a los espectadores imágenes del proceso de escritura del libro, donde Alejandro va trazándose a sí mismo un camino enrevesado —intentando esquivar los momentos dolorosos— hacia su recuerdo, y buscando asimismo la fuerza para plasmarlo en papel. Estas imágenes las vamos viendo de forma paralela: nos situamos en el pasado para luego dar un salto al presente y, una vez allí, dejarnos volver a conducir hacia el pasado a través de lo que Alejandro va atreviéndose a recordar. 

Además de esta línea temporal confusa, fraccionada, se nos presentan diferentes locaciones del pasado y el presente —desde la universidad donde se conocen los jóvenes Enrique Valdevira y Javier Sauquillo, hasta la consulta de Alejandro con su psicólogo en el momento de escritura del libro, pasando por escenas costumbristas de la casa, de las oficinas, e incluso de la cárcel en algunos momentos concretos—.

Podemos decir que el tema principal de la obra es la memoria: la memoria del pueblo español al mantener vivos los recuerdos, en este caso, que se dan durante la transición, representada a través del proceso en el que Alejandro Ruiz-Huerta se va atreviendo a acercarse a su propio trauma. En el final de la obra aparece representado el día del atentado, cuando el grupo de abogados estaba trabajando en sus oficinas e irrumpen un grupo de hombres armados que acabaría con sus vidas. Sin embargo, la forma en que la historia está escrita muestra un trato muy humilde de los hechos, ya que el autor no pretende ensalzar a los “personajes” ni mitificar la historia. 

Alejandro Ruiz-Huerta dice en una entrevista: «si el eco de su voz se debilita, pereceremos […]. Tenemos que reconducir la historia hacia la puerta de la verdad». Siguiendo esta misma línea, sobre la memoria histórica, el director comentaba en la entrevista que al parecer la Guerra Civil da más juego para la ficción, pero nadie parece reparar en los hechos de la transición. Para él estos acontecimientos están conectados con hechos del presente, como la liberación de García Julià (uno de los asesinos de Atocha) o el clima de incitación al odio que se ha ido gestando. Para él, aún no estamos siendo conscientes de nuestro pasado y es precisamente lo que pretende despertar con su homenaje. Hay una importante reivindicación política a lo largo de la obra —empapada de política desde los inicios universitarios donde se menciona la vinculación con el PCE, FLP,— en este despertar de la memoria, en la llamada de atención a la represión violenta que vivió el país incluso después del largo periodo de dictadura. 

La puesta en escena aporta mucho a la experiencia, tanto sus actores como por su iluminación y decorado. Es destacable que el elenco —formado solamente por Nacho Laseca, Fátima Baeza, Alfredo Noval, Luis Heras y Frantxa Arraiza— interpretase toda una larga serie de personajes, dándoles a cada uno su propia personalidad y distinguiéndolos del resto a raíz de sus interpretaciones y los cambios de vestuario. 

El decorado, también muy simple, daba mucho juego al montaje. Solo 5 piezas rectangulares, colocadas de diversas formas, contribuyen a formar diferentes espacios (una misma pieza es sillón de la consulta, barra del bar, mesa del despacho e, incluso, un alegórico ataúd). La iluminación, cambiante pero generalmente cálida, ayuda a diferencias escenas y espacios temporales, así como a dar más dramatismo a algunos momentos, a crear una atmósfera más íntima o una más triste, más fría, en otros.

Personalmente, la experiencia que tuve con la obra fue positiva desde el primer momento. Me parece que ese trato tan humilde de contar una historia sin grandes aspavientos (a pesar de que se la ha calificado de demasiado ambiciosa) más allá del recuerdo es algo especial en obras que tratan la memoria histórica. Pienso —evidentemente desde fuera— que se le da mucha dignidad al personaje de Alejandro Ruiz-Huerta, como único superviviente que aún vive hoy, de la misma forma que a sus compañeros fallecidos en el incidente. Me parece que es una obra que nos acerca a la Historia a través de la empatía con ellos, ya que los vemos a todos puramente humanos, los vemos como personas, más allá de ser un nombre. Plasma muy bien la perspectiva —siempre respetuosa— del autor con respecto a las formas de violencia totalitaristas y su condena, mostrando el dolor que dejan las muertes, el daño de la sangre, lo injusto que es para todos los que las rodean, incluso el proceso de su protagonista de aceptar su propia supervivencia tras la muerte de sus amigos. Creo que esta forma de mostrar el dolor es lo que más nos hace emocionarnos con ellos, sobre todo en el final, que es donde vemos la noche del 24 de enero. En esta última escena, que cierra con la última interacción entre Alejandro y su mejor amigo, donde este le pregunta si muere, y Alejandro le contesta si él vive, siento que culmina todo el sentimiento puesto en la obra, en la historia en la que la vida de ellos mismos es la protagonista

Marcela Fernández Fong

II

Atocha, el revés de la luz ha sido escrita y dirigida por el dramaturgo Javier Durán Pérez y representada por la compañía I.N.K. Producciones, fundada en 2017 por el propio Javier Durán para poner en marcha sus proyectos. Desde entonces ha producido y estrenado obras como Capullo, quiero un hijo tuyo, Robos Atocha, el revés de la luz. Como dramaturgo, ha sido galardonado con el Premio de Teatro Exprés de la AAT y con el Premio Internacional Dramaturgo Pérez Minik de la Universidad de La Laguna.

Esta función se lleva a escena después de varias lecturas y entrevistas personales a Alejandro Ruíz-Huerta, el único superviviente del atentado que queda vivo. En una entrevista Javier Durán explica el motivo que le lleva a crearla: tras conocer a Alejandro Ruiz-Huerta este le propone hacer algo cultural a través de su historia y Javier le ofrece hacer esta representación. Llama la atención la elección de este tema porque es un acontecimiento poco estudiado y una de las intenciones del director es que los jóvenes conozcamos lo que ocurrió y así entiendan la historia presente. Este acontecimiento del que hablamos es el atentado de Atocha que tuvo lugar en la calle Atocha 55 de Madrid el 24 de enero de 1977, por tanto, en lo referente a la historia, nos sitúa en la Transición española.

La obra trata la matanza de los abogados de Atocha a través del testimonio de Alejandro Ruiz-Huerta. Cada vez que este se sienta a escribir lo que ocurrió, es incapaz de narrar lo ocurrido. Para posponer el momento de afrontarlo, la historia retrocede a su época universitaria y configura así un doble retrato a través de diferentes etapas: el de una persona que lucha por sus propias ideas hasta las consecuencias finales, y el de un período fundamental para comprender nuestra historia reciente. Por eso, en este caso, no se respeta la unidad de tiempo puesto que la obra no se desarrolla en un solo día, sino que a través de las analépsis nos traslada a su juventud universitaria y va repasando diferentes etapas de su vida hasta el desenlace. El lugar de la acción dramática irá también desplazándose: los exteriores de la universidad, la oficina de abogados, etc. Para Javier Durán: “Hay un paralelismo sobre ese trauma personal y el de un país al que le cuesta dar rienda suelta a su memoria.”

Junto a la imposibilidad de contar el suceso traumático (porque recordar significa abrir aquellas heridas que preferimos olvidar, y esta actividad no es tan sencilla), encontramos el tema de la lucha social por parte de todas estas personas que aparecen y/o son nombradas en escena (por ejemplo, Manuela Carmena y Cristina Almeida). Todos ellos defendieron sus ideales, expresaron aquello que pensaban y se posicionaron en contra de la dictadura porque, tras la muerte de Franco, España tomaba un nuevo rumbo hacia la democracia. Sin embargo, había gente que se negaba a dejar atrás los valores de la dictadura y no les importaba emplear la violencia, y fue la noche del 24 de enero de 1977 cuando esta violencia desembocó en el asesinato de los abogados laboralistas por un grupo ultraderechista. Cabe decir, que este atentado hizo que fuera posible el consenso de la Transición. De alguna manera, podemos decir que el montaje conecta con la actualidad porque ese fatídico episodio explica la historia actual y se pretende que no caiga en el olvido y que aquellas personas que murieron sean un ejemplo a seguir para todos nosotros. Me gustaría destacar que cuando se estrenó la representación hacía poco que Carlos García Juliá, el autor de la matanza, había salido de prisión a pesar de que todavía le quedaban por cumplir diez años de condena. 

En cuanto al montaje, es bastante sencillo, los actores se sirven de unas cajas rectangulares de color gris oscuro que evocan aquella época de inquietud, terrorismo e incertidumbre tras la muerte de Franco. Estas cajas las van cambiando de posición para representar elementos o lugares dependiendo de en qué lugar se ambienten las escenas (son usadas como bancos, ataúdes, muebles…). También la obra se sirve de proyecciones de imágenes, vemos fotografías de las manifestaciones y de las personas que murieron. 

Los actores llevan ropa adecuada a la época en la que se desarrolla la acción y como representan a muchos personajes cada uno viste con algo que le caracteriza y permite que el espectador lo identifique. Se juega con las luces dado que cuando habla Alejandro para presentarnos lo que se va a representar, la luz cae sobre su persona y el resto del escenario queda sumido en la oscuridad para que, de esta manera, los demás actores puedan cambiar el decorado sin ser vistos. Lo que más me ha llamado la atención del montaje es precisamente que con unas simples cajas oscuras se cree una atmósfera lúgubre capaz de rememorar aquella época de violencia política y muertes. 

Personalmente, la obra me ha gustado mucho. Antes de ir a verla no tenía ningún conocimiento sobre este trágico suceso y me alegra haber ido ya que me ha gustado informarme y conocer esto, porque la mayoría de la gente joven no valora o no sabe todo lo que ha ocurrido para que las cosas a día de hoy sean como son. Para que podamos presumir de que somos un país democrático hemos pasado por muchas cosas y, como hemos podido comprobar viendo esta obra, se han perdido muchas vidas en ese proceso de lucha por conseguirlo. La representación facilita que, como espectadores, empaticemos con las víctimas e incluso pensamos en las familias de estas, gracias a esas proyecciones de las fotografías de los difuntos como si fuese una especie de homenaje. Por otra parte, también me ha transmitido una especie de esperanza o motivación porque gracias a esto te das cuenta de que las cosas se pueden cambiar y no siempre hay que agachar la cabeza y hacer lo que nos dicen. Por todo esto, recomendaría la obra a otra persona pero le sugeriría que se informase primero sobre este atentado y tuviese ciertos conocimientos de historia, pues de esta manera le será más fácil comprender la función. 

Ángela Barbosa García

Sala Matilde Salvador. Universitat de València – 9 de noviembre de 2021

Dramaturgia y dirección: Javier Durán; Colaboración especial: Alejandro Ruiz-Huerta; Elenco: Nacho Laseca, Fátima Baeza, Frantxa Arraiza, Alfredo Noval, Luis Heras y Miguel Pancorbo; Producción: Javier Durán – I.N.K. Producciones; Ayudante de Producción: Elvira Gutiérrez; Diseño de vestuario: Elda Noriega; Diseño de escenografía: Eva Ramón; Diseño de Luces: Ángel Cantizani; Proyecciones: Ele Medios Comunicación; Fotografía: Lucía Bailón; Diseño gráfico: EDO estudio; Comunicación: Lemon Press; Distribución: a+ Soluciones Culturales

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