Clara Romany Castellano – María Codreanu Marín
I
El pasado trece de diciembre se estrenó, tanto en un aula de la Facultad de Magisterio como en la de Filología, la nueva obra de teatro de Toni Tordera y Juli Disla. Demà no hi ha classe, dirigida por Jaume Pérez, es la obra llevada a la vida o, mejor dicho, la vida llevada a la escena. Una vida concreta que llega a confundirse con la propia labor de la actriz, Mireia Pérez, y es que, de pronto surge entre el público una pregunta: ¿es ella la nueva profesora?
No es extraño pensar que esta cuestión surja entre los asistentes, pues en efecto, la nueva profesora sube al escenario, que no es otro que su mesa y se dispone a realizar un monólogo. La confusión es clara: la actriz es una profesora, el escenario la misma aula y el público los estudiantes de secundaria. Son ellos el público ideal al que va dirigida una obra que busca llegar a la conciencia de los jóvenes para llevar a cabo una reflexión sobre el papel del docente y la enseñanza.
Si bien es cierto que nosotros, alumnos del Máster, no somos el público ideal escogido para la obra, y —todo hay que decirlo— sabíamos de la farsa, mentiría si dijera que en ningún momento yo, o alguno de mis compañeros, dudó sobre si realmente la actriz cumplía simplemente un papel, o realmente era una profesora. Y en efecto, así está pensada, para ser representada de improvisto en las aulas de un instituto, frente alumnos que no saben que se encuentran ante una obra teatral, para poder así llegar a ellos de forma directa manteniendo, en todo momento, su atención.
A lo largo de su carrera, Toni Tordera ejerció como docente durante años y, a raíz de un suceso tan traumático como puede ser el de un profesor asesinado en Barcelona por un estudiante, surgió la idea de realizar este proyecto. Tras un arduo trabajo en el que se contó con la opinión de varios profesores; los dramaturgos y el director comenzaron a hilvanar lo que hoy es una obra de pies a cabeza, una obra que trata sobre los problemas que hay más allá de un aula, como aquellos problemas que sufren los docentes o los conflictos que pueden surgir entre esas cuatro paredes.
La educación se pone en escena, y la nueva profesora narra como no únicamente es profesora, sino que es persona, y ella, como muchos alumnos, también se ve en numerosas ocasiones frustrada, coaccionada y aplastada por sus estudiantes, la dirección del centro, las administraciones, los propios padres…
Llamativo y curioso es que el espectáculo empiece in medias res, pues comienza en mitad de una clase en la cual los alumnos están realizando sus quehaceres. Esto dota a la obra de un interés extra, pues el público no es conocedor, realmente, de lo que allí está sucediendo. Mireia Pérez, que cumple un papel exquisito, efectúa su monólogo en valenciano, lo que supone una propuesta escénica muy interesante. Asimismo, el público, que no es otro que los estudiantes, que forman en todo momento parte de la obra, se convierten en los actores de un espectáculo que no es otro que la representación de su propia vida.
Clara Romany Castellano
II
Siete horas al día durante al menos siete años de nuestra vida. Este es el tiempo mínimo que pasamos en un aula a lo largo de nuestra existencia. Ya si decidimos estudiar una carrera, un máster, un doctorado, etc., la cifra crece exponencialmente hasta ocupar un porcentaje importante de nuestro tiempo vital. Por tanto, lo que se haga durante este tiempo, especialmente en los años convulsos de la adolescencia, es crucial para nuestra formación como individuos. Esto es algo que Toni Tordera, Juli Disla y Jaume Pérez tienen muy presente al concebir para Yapadú Artística la obra teatral Demà no hi ha classe, cuya representación tuve el placer de presenciar el pasado 13 de diciembre en la Facultat de Filologia, Traducció i Comunicació de la Universitat de València.
Dirigida por Jaume Pérez Roldán, Demà no hi ha classe es una obra que sale del espacio habitual del teatro para acercarse a sus verdaderos protagonistas: los alumnos. Sin necesidad de un decorado, iluminación ni vestuario específicos, la profesora, interpretada por Mireia Pérez, entra al aula – el espacio donde más sentido cobra una obra como esta – y empieza la representación que en total durará unos tres cuartos de hora, justo lo que suele ser una clase de secundaria, para cuyos integrantes se ha diseñado.
La profesora inicia la clase como lo haría cualquier docente. Se presenta. Habla de evaluación, examen y todas las formalidades que se hacen en el primer contacto de un profesor con sus alumnos. De repente se queda en silencio, y cuando reanuda el monólogo ha cambiado de tema. Empieza a relatar su día, su vida fuera de clase, y a través de la exposición de sus problemas externos recordamos lo que tantas veces se nos olvida: que el profesor, fuera del aula, es también una persona como cualquier otra, con sus propias inseguridades. ¿Y cómo no tenerlas cuando desempeña una profesión diariamente apuñalada por una sociedad que, cada vez que algo falla, sentencia que “la clave está en la educación”?
¿Cuál es esta clave? ¿Qué tiene que hacer un profesor para ser un buen profesor? ¿Qué valores transmitir a esa futura generación que tiene delante? ¿Seguir los criterios de quién? ¿De los padres, de los alumnos, de los líderes políticos o de las empresas que han hecho de la educación un negocio? Estas y muchas otras son las preguntas que pasan constantemente por la cabeza del docente, y la profesora nos las lanza también a nosotros, que, como alumnos suyos que hemos devenido desde el principio de la representación, tomamos un papel activo en ella cuando se nos invita a compartir nuestra reflexión.
No es fácil dar una respuesta a estas cuestiones, igual que no es fácil saber cómo actuar en cada caso. La misma profesora nos lo ilustra a través de una experiencia que la marcó: una vez mandó a sus alumnos que hicieran una redacción sobre lo que fue el holocausto y se encontró con que uno de ellos le hizo una apología del fascismo. Cuando intentó hacerle ver cuánto daño había hecho esta ideología que defendía, el padre del alumno puso una queja diciendo que su hijo había sido discriminado por tener una opinión diferente a los demás, los otros alumnos se aliaron con su compañero, incluso la dirección del centro se volvió en contra de la profesora diciendo que aquello no la incumbía porque no estaba relacionado con su materia. Ante esto, uno se acaba planteando si vale la pena actuar o si es preferible limitarse a impartir lo que el temario impone, hacer borrón y cuenta nueva al llegar a casa tras la jornada laboral y recibir en cuenta el sueldo a final de mes. ¿Es más inteligente quien opta por luchar para transmitir los valores correctos a sus alumnos – aunque haya momentos en que el mundo entero se le oponga – o quien adopta una actitud pasiva porque ha perdido toda esperanza de poder realizar un cambio? Al fin y al cabo, establecer una conexión entre alumno y docente ya de por sí era difícil en el modelo tradicional de escuela que nos viene desde el S.XVIII, porque son figuras en planos muy distintos que interactúan a través de las respectivas máscaras que escogen para mostrarse al mundo. Si a esto añadimos el progresivo aislamiento al que nos lleva la adopción de actividades virtuales en la educación actual, que hacen que interactuemos solo a través de una pantalla, el panorama resulta absolutamente desolador.
Sin embargo, a pesar de todas estas complicaciones que se han ido exponiendo a lo largo de la representación y que pueden desanimarnos como alumnos o como futuros profesores, encontramos al final un destello de esperanza en las palabras de la profesora. Nos recuerda la idea de la que hemos partido: que en el aula pasamos mucho tiempo. Y como el tiempo es lo más valioso que las personas tenemos, vale la pena hacer que cuente. “Las ganas” – nos dice – “la clave está en las ganas”. Ganas de abordar la realidad en vez de evadirla, ganas de que mañana no haya una clase vacía de sustancia, sino que sea una clase en la que aprendamos a trabajar juntos para cambiar los verdaderos problemas de nuestro entorno. No va a ser un camino de rosas, por supuesto que no, pero vale la pena intentarlo. Al fin y al cabo, el aula será un espacio cerrado, pero en ella todas las posibilidades están abiertas.
María Codreanu Marín
Facultat de Filologia, Traducció i Comunicació, Universitat de València, 13 de diciembre de 2021
Profesora: Mireia Pérez, AutorEs: Juli Disla, Jaume Pérez i Toni Tordera; Dirección escènica: Jaume Pérez Roldán; Image: Escif; Illuminación: Pablo Fernández; Audiovisual: Edu Soriano; Disseño gráfico: Teresa Juan; Asesoría pedagògica y redes sociales: Marta Tordera; Producción ejecutiva: Mayte Barbazán; Ay. de producción y administración: Amparo Tortajada