¿Qué sucede en los teatros cuando se quedan vacíos?: «La luz fantasma», de Tonet Ferrer.

Alicia Bellido Álvarez

“¿Qué sucede en los teatros cuando se quedan vacíos?” Desde un primer momento, La luz fantasma nos sorprende con un subtítulo que siembra una duda jamás pronunciada.

Durante cinco días, del 12 al 16 de octubre, el teatro Talía acogió las representaciones de esta original propuesta dramática a medio camino entre la comedia, el drama y el musical. El misterio que encierra el título se aúna con las sorpresas que esconde un montaje que, desde el primer momento, transgrede la canónica cuarta pared e interactúa con el presente y el pasado al tiempo que siembra interrogantes sobre un futuro que escapa tanto a los personajes como al espectador.

El primer golpe de efecto es la entrada, por el pasillo central del patio de butacas, de una señora, que parece incluso parte del público, diciendo que el teatro va a cerrar su puertas para siempre, por lo que nos sumerge de inmediato en la última noche, en la noche del adiós, aquella en la que sucederá lo que nunca sucede en esos recintos: se apagará la luz fantasma, la que siempre permanece encendida, porque el teatro nunca deja a oscuras los sentidos, como Segismundo dice a Rosaura en La vida es sueño de Calderón.

Si la obra parece empezar por el final, ¿para qué hemos venido?, podría preguntarse el espectador, que de inmediato se verá nuevamente sorprendido por un inesperado giro hacia el pasado y un escenario poblado por personajes con ropajes antiguos que nos trasladan a otra época en la que comprobamos que cualquier tiempo pasado no fue mejor, y entonces conoceremos la historia de ese teatro, una historia tan trágica como imprevisible. Fue destruido por un incendio que atrapó a los actores y a su público. Entonces, si ellos están muertos, ¿nosotros también lo estamos? ¿Somos tan fantasmas como la luz que nos ilumina?

La ficción nos encadena y, sin sospecharlo, descubrimos que formamos parte de la trama, que la representación nos ha engullido. Los personajes van contando sus vidas, las rencillas que los separan, los lazos que los unen y que no se atrevieron a desvelar en vida, revelaciones que dormitaban, como ellos mismos, pero que aún están a tiempo de sacar a la luz, porque la obra es además una historia de segundas oportunidades, de denodados intentos de burlar al destino, de escapar de los límites trazados por circunstancias imprevistas.

Por si planteamiento tan atractivo no resultara lo bastante envolvente, la progresiva presentación de sentimientos encontrados queda aderezada por una inmersión metateatral, pues dos de los personajes competirán entre sí para inventar una nueva obra que les permita dejar de repetir eternamente aquella en la que quedaron anclados en el pasado la noche en que la vida quedo interrumpida, pero en suspenso, para siempre. Los demás personajes deberán tomar posiciones y apoyar una u otra propuesta, lo cual contribuirá a airear conflictos latentes no resueltos.

No solo el personaje inicial irrumpe en el patio de butacas, todos los demás realizarán apariciones estelares desde diversos puntos del teatro: palcos, anfiteatro, laterales, pasillo central… y, al hilo del desafío con el que pretenden salir por fin de su eterno retorno a la función definitiva, interpretarán canciones de artistas contemporáneos de sobra conocidos, como Alejandro Sanz o Amaia –seleccionadas por José Vicente Torrejón–, provocando instantáneas inmersiones que devuelven al espectador a un presente perfectamente entrelazado con el pasado de la ficción.

De este modo, la compañía Trellat Teatre, experta en teatro musical, consigue crear una obra que combina lo moderno con lo antiguo, pues un argumento tan actual se escenifica con un vestuario de varios siglos atrás. De hecho, la compañía, que cuenta con un programa para la formación de futuros actores, ha anunciado nuevas fechas y lugares para su representación tras el éxito conseguido en el Talía. La obra está compuesta y dirigida por Tonet Ferrer, con la colaboración de Aline Rubinato. Por otra parte, el elenco, con excepción del personaje inicial, está integrada por cinco jóvenes actrices –Sara Guerrero, Raquel Heredia, Gemma Palacio, Ana Vila y Paula Yuste– y un actor –Héctor González– perfectamente ataviados y maquillados por Juanra Bonillo; sus voces conjugan declamación y canto, acompañados por un piano tocado en escena por Raquel Heredia.

Pero hasta en el cartel anunciador se esconde un misterio: no aparece el nombre de la mujer que inicia la obra, por lo que el único personaje que parecía real resulta ser tan fantasma como los ya declarados. ¿Qué más se puede pedir? Incluso se incluye un guiño a un tema tan candente como actual, el amor –un amor soterrado durante diez años– entre personas del mismo sexo.

La luz fantasma es, en conclusión, un montaje que sorprende y atrapa, donde lo inesperado sigue un ritmo tan bien sincronizado que reta al espectador a mirar en diferentes direcciones, un espectador que entró al teatro pensando ver una obra más, pero que ha quedado también atrapado en ese mundo de ultratumba del que los personajes pugnan por salir rememorando canciones o inventando una obra nueva que los libere de la rutina eterna, tratando de descubrir cómo cortar ese hilo invisible que les impide sortear una situación desgastada e hipnótica que cada noche reviven cuando se enciende la luz fantasma. ¿Qué sucederá cuándo se apague para siempre? ¿Serán capaces de liberarse antes? Desde este patio de butacas donde, gracias a tan sugestivo montaje, ya no sé si estoy viva o muerta, os invito a descubrirlo.

Teatre Talia, del 12 al 16 de octubre de 2022

Texto y dirección: Tonet Ferrer; Composición musical: José Vicente Torrejón; Ayudante de dirección: Aline Rubinato; Intérpretes: Sara Guerrero, Raquel Heredia, Héctor González, Gemma Palacio, Ana Vila, Paula Yuste

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