La sangre del pasado:«Margarida», de Rubén Rodríguez Lucas

Piera Barbato.

Pocas veces se habla de los nuevos y jóvenes artistas, de los modernos (y modernas) “creadores” que deciden emprender un camino en el mundo del arte – en cualquiera de sus múltiples manifestaciones – y que logran producir obras que de verdad valdría la pena conocer, sin esperar el paso del tiempo para poder valorizarlas. Así es como me gustaría empezar a hablar de esta pieza teatral que tuve la suerte de ir a ver: Margarida, una obra teatral dirigida por el joven valenciano Pablo Sanchis Serrano y escrita por el vallisoletano (afincado en Valencia) Rubén Rodriguez Lucas. Ambos estudiaron en la Escuela Superior de Arte Dramático de Valencia, el primero especializado en Dirección escénica y el segundo en Arte dramático. Y bien, si resulta imposible hablar de una obra teatral sin nombrar autor ni director, del mismo modo es imposible hacerlo sin presentar los dos actores que han dado vida a los dos personajes de la historia, eso es, Margarida (Paula Santana) y Miguel (Andrés Espí Gilabert). Ellos también estudiaron en la ESAD de Valencia, y forman parte del grupo teatral valenciano Las libélulas.

La obra Margarida, que toma el nombre de una de las protagonistas, fue una mujer que realmente existió, y a día de hoy es la que se considera como la primera mujer transexual ejecutada en Valencia (en el mes de julio del 1460). Lo que pretende la obra es crear un diálogo entre el pasado (Margarida), y el presente, gracias al personaje de Miguel, un chico (todavía) de diecisiete años que, ya desde pequeño siente no encajar en el cuerpo con el que nació, que sufrió acoso escolar por su manera de ser, que fue victima de discriminación tanto por parte de gente de su edad como por parte de personas adultas que en el ambiente educativo representarían la autoridad, es decir sus maestras. El joven, a través de internet, encontró la historia de Margarida, y se aferró a ella, reviviendo sus pasos: la niñez de la mujer, que también nació con el nombre de Miguel (evidentemente no es ninguna casualidad), el rechazo del padre (un hombre conocido en su pueblo por trabajar en el banco), la huida hacia Valencia, el comienzo de una nueva vida debajo de un nuevo nombre y una nueva identidad, los meses más felices en los que se hizo conocer entre “la élite” valenciana como la mujer que era y que quería ser y, finalmente, la derrota, la “caída del ángel”.

La pieza teatral estuvo dirigida muy bien: a pesar de los continuos saltos temporales debidos al continuo pasaje entre Margarida y Miguel y sus vivencias personales, no fue nada complicado seguir la historia. También los momentos de anacronía, en los que el joven asistía directamente a las escenas (de vida) de la mujer eran necesarios para la propia diégesis, y no un pasaje forzado y demasiado artificioso. La actuación fue sin duda digna del largo aplauso que explotó al final de la obra, pero la que ha resaltado ha sido seguramente la labor de Paula Santana, que dio a la protagonista una fuerza tal que resultaba imposible no seguirla encima del escenario, también cuando se escondía detrás de la ligera cortina que la separaba del otro protagonista y del público.

Lo que también es necesario subrayar es la continua referencia a las imágenes religiosas, no solo en los objetos, como veremos, sino también en algunas escenas en las que observamos, por ejemplo, a Margarida posar como el mismo Jesús, con su corona de espinas, una mano sobre el pecho y la otra con dos dedos levantados, mientras lleva los ojos al cielo; o el momento en el que los dos personajes se tocan los dedos índices recreando explícitamente “La creación de Adán” (si Margarida es la mártir, es también la hija de Dios, mientras que el adolescente es su Adán).

La escenografía era minimalista, pero adecuada: el vestido rojo de Margarida que llama la sangre del martirio, así como la cruz y la corona de espinas de Cristo, la chaqueta de Miguel cubierta de insultos y ofensas (las que cubren a cualquier persona que sale de lo que se considera “normativo”) pero blanca, símbolo de pureza. Lo que, lamentablemente, no entendí si estaba relacionado o no con la historia fue el maquillaje del mismo “chico”, unos trazos negros que se veían sobre toda su cara.

Puedo confirmar que la obra me ha fascinado: una fuerza y una imagen difíciles de conseguir sin caer en la banalidad, aunque es verdad que ha habido un momento, cuando Miguel da informaciones “técnicas” sobre la transfobia y sobre las nociones de género y sexo, que me pareció poco cohesionado con la historia, demasiado doctrinal y con poca finalidad artística. También entiendo que el tipo de público que asistió era de la tipología más variada y nunca está de más repetir algunos conceptos, pero igualmente, desde el punto de vista artístico y no ideológico, esto es algo que un poco me fastidió en el espectáculo. A pesar de todo, encontré impresionante el trabajo de sonido y luces, y la emoción que llegó a los espectadores, sobre todo en los momentos de mayor tensión, no puede obviarse. Esta obra hace bastante presión en la empatía, en la necesidad de identificación y comprensión, en lo que nos permite a los humanos definirnos como tales. Y, como dato extra, al final no pude evitar llorar, realizando así la “catarsis aristotélica”, algo que podría interesar a los que, en un futuro, decidirán ir a ver Margarida.

Teatre Talia, 22 de noviembre de 2022

Autor: Rubén Rodríguez Lucas; Dirección: Pablo Sanchis; Intérpretes: Paula Santana y Andrés Espí; una producción de Las Libélulas

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