Mucha cafeína: «Café para todos», de Miguel Ángel Sweeney.

Federica D’Isita y Paula Escrig.

I

¿Ayudan realmente las instituciones a los creadores teatrales? ¿Cómo es ser artista hoy en día? ¿Cómo utilizan el poder las instituciones? ¿Qué problemas afectan a nuestras generaciones?
Estas son algunas de las preguntas que Miguel Ángel Sweeney e Iñaki Moral han intentado responder con su espectáculo Café para todos, que tuvo lugar el jueves 19 de enero en el Teatro Círculo Numerada de Benimaclet.

Este espectáculo, como adelantó el autor y actor principal, Miguel Ángel Sweeney, pretende hablar de las políticas culturales y del papel e influencia que tienen las instituciones en la vida de un artista. Los actores, al tratar este tema, se han encontrado con varios problemas, algunos más generales (relacionados con el número de actores disponibles para hacer el espectáculo) otros temáticos (tratar las políticas culturales sin caer en estereotipos es un tema difícil).

La obra se desarrolla a través de una sencilla creación escénica consistente en un espacio formado por muy pocos objetos ya en escena (una mesa, una silla, una caja de música). La obra nace claramente de la necesidad de narrar cómo el poder de las instituciones influye en nuestras vidas y el tema se plantea a partir de la vida de Sweeney, un simple actor cuya existencia es bastante deprimente. Le gustaría ser recordado, le gustaría cambiar las cosas, pero lo único a lo que se enfrenta es a una realidad penosa en la que todo el mundo parece perseguir sus propios intereses y en la que todos luchan con uñas y dientes por alcanzar un lugar de prestigio e intocable. Poco a poco surge el sistema del gran engranaje de las instituciones, que al final está formado por gente corriente que ha llegado a la cima gracias a los sacrificios de muchos y que ahora puede considerarse privilegiada. Una máquina que acaba engullendo a todo el mundo sin dejar una salida. Simbólica es la escena que anticipa el final, donde Sweeney ante la multitud y frente al tan deseado y anhelado premio (no por casualidad representado por el papel higiénico) decide arrugar y abandonar el papel con su discurso ensayado muchas veces frente al espejo. De este modo decide conformarse con las típicas gracias vacías y banales que hace todo el mundo, una clara señal que sella su inclusión dentro del sistema capitalista que siempre ha despreciado. Se cierra así el círculo, en el que incluso el menos corruptible acaba por contradecirse a sí mismo al convertirse en todo lo que ha intentado evitar durante toda su vida.

El contraste entre lo lógico y lo ilógico dentro de las instituciones, las paradojas que acaban impregnando la vida cotidiana y, en última instancia, a nosotros mismos, se escenifican de forma irónica y cómica, provocando una risa que esconde en su interior una reflexión.

Aunque la obra tiene su propia coherencia, la fragilidad del espectáculo proviene de situaciones y estereotipos ya vistos que se repiten a la fuerza, sin aportar nada nuevo. Los actores han decidido combinar varios lenguajes e instrumentos jugando con el uso del vídeo, la voz, la música y las canciones, lo que da a la obra un aspecto vivo, pero al mismo tiempo la destroza, dándole un carácter inauténtico. En efecto, el uso de estos instrumentos perjudica el ritmo global de la obra, que tropieza consigo misma, perdiendo el hilo del discurso y, más en general, su equilibrio.

Ocurre también que la obra pierde su objetivo inicial por inserciones y digresiones sobre otros temas más generales (como el cambio climático, la ganadería intensiva y los problemas políticos de España) que no encuentran conexión con la historia que se cuenta y que parecen montados de forma extemporánea y demasiado rápida sólo con fines informativos. Entre todos estos temas que se añaden, el relacionado con la ganadería intensiva encuentra una explicación en la forma de vestir de los actores que, en su sencillo e informal vestuario, llevan una camiseta de carne vegana, una clara referencia a una posible alternativa al adiestramiento intensivo. Es difícil dar un orden a todas estas referencias y para aquellos que proceden de un entorno y una cultura diferente a la española, es difícil percibir y entender la crítica política que se esconde en los vídeos proyectados.

La repetición de esquemas y estereotipos y la combinación de estos temas aparentemente inconexos con el objetivo del espectáculo hicieron que la dinámica de la representación oscilara y que el público se sintiera implicado en ocasiones, como evidenciaron las estruendosas carcajadas, mientras que en otras estaba completamente ajeno a lo que ocurría dentro de la escena.

Es interesante observar cómo la relación entre actores y público se estableció desde el principio, incluso antes de que comenzara el espectáculo, ya que cuando los espectadores entraron, los actores ya estaban en el escenario y hablaban entre ellos tomando una taza de café, metáfora de todo el espectáculo. El público se convierte así en un ser mercurial y multiforme: participa en la escena como simple espectador, unas veces representando a la multitud que juzga o aclama a un artista, otras siendo interpelado por el propio actor que decide romper la cuarta pared dirigiéndose directamente a los espectadores e invadiendo su espacio para los fines de la representación.

Emblemática es la escena en la que Miguel Ángel Sweeney, escondido y sentado en medio del público, interrumpe la escena con un grito y comienza a hablar con los espectadores que le rodean, relatando sus propias pesadillas relacionadas con el teatro. De este modo, se crea una relación real entre el espacio del actor y el espacio del público, que a menudo interactúa activamente con atención y complicidad mientras que otras veces se siente invadido desde el exterior debido a la ruptura de la cuarta pared. Mientras que la actuación y las habilidades profesionales de los intérpretes Miguel Ángel Sweeney e Iñaki Moral mantuvieron el entusiasmo alto, llevando el espectáculo a un verdadero clímax, a veces el uso de la voz es poco convincente, apareciendo a menudo forzado en una risa falsa, resultando en una comedia casi payasesca. La relación en general con el cuerpo es eficaz y funcional al trabajo realizado, y los gestos y la mímica de los actores alimentan la ironía y la comicidad.

La iluminación, utilizada hasta ahora de forma sencilla y básica, ilumina al final los rostros de los actores que interpretan una canción que resume todos los temas tratados, poniendo fin a la representación.

Me gustaría concluir diciendo que hablar de políticas culturales no es un tema fácil, y quizás caer en los tópicos habituales ya vistos sea un riesgo que la obra pueda correr. No cabe duda de que esta obra puede ser dinamita por lo que quiere decir y poner en escena, pero al mismo tiempo esta bomba, que puede representar la obra, es desactivada por los propios actores y por la forma en que han construido todo el espectáculo.

Federica D’Isita

II

Café para todos es una obra de Miguel Ángel Sweeney, que coprotagonizada junto a Iñaki Moral, representada en el Teatro Círculo de Benimaclet (València), desde el 12 hasta el 22 de enero. El espectáculo, ofertado en castellano —si bien cuenta con varias interferencias en valenciano—, ha sido seleccionado en la V Convocatoria de Ayudas a la Creación Escénica.

No nos interesa tanto que se diga del espectáculo que no es una obra metateatral —y que en realidad lo sea— sino más bien que se diga que “va sobre la política, el ego, el teatro y lo malos que son todos los demás y lo bueno que soy yo”, y no sea tan ácida o incisiva como como cabría esperar. Si bien creemos que el ejercicio representativo es impecable, también creemos que la ironía tan divertida que emplean para matizar el relato se dilata tanto en ocasiones que pierde precisión y, en consecuencia, se generan contradicciones ideológicas llamativas. Los límites del humor y la ironía se desdibujan y acaban por producir una amalgama de sentidos y significados potencialmente incongruentes.

La idea de la cual parte la obra es buenísima: hablar sobre cómo las políticas culturales que funcionan en el circuito artístico—concretamente, el teatral— del estado español son insuficientes por pobres, inalcanzables por exigentes, y ridículas por precarias. Café para todos. Una apasionante comedia sobre políticas culturales., utiliza la frase popularizada durante la Transición española, “café para todos” (que venía a decir que todas las comunidades compartían derechos y autonomía), como metáfora que del mundo teatral, mundo marcado por la precariedad laboral y la competencia [ególatra] devastadora, indistintamente del anclaje geográfico.

Asistimos a una puesta en escena cuya cuarta pared está más que destruida, con únicamente dos actores que necesitan poco más que un altavoz, un par de sillas y una burra con vestuario, para poder funcionar. El juego de luces y el soporte audiovisual —que ellos mismos manejan desde el propio espacio escénico— son fundamentales para delimitar los diferentes espacios que se generan durante la obra. Así, la transición entre escenas se marca con oscuros y silencios, y se ve evidenciada cuando, al volver la luz a escena o cambiar la música, los personajes que existían aparecen metamorfoseados en otros. Sweeney y Moral dejan de ser Sweeney y Moral para ser Copérnico y el “oso perjudicado” de la cabalgata de Cádiz de 2022, o también dos treintañeros machistas y neoliberales que se pavonean y drogan en un bareto, o un actor de cuarenta y tantos y su madre, que lo regaña y humilla porque vive aún en casa con ella y lo más probable es que nunca en su vida gane un premio de actor revelación o algo por el estilo.

Tal y como diría Federico Irazábal, la labor de la crítica debe ser hacer explícito lo implícito. En Café para todos se evidencia el reproche a la generación X por perderse en las drogas y las comodidades de una sociedad neófita en democracia y modernidad, reproche que se esconde en esa narrativa de los treintañeros del bar. Y es algo que está bien, y funciona, y me gusta. También se evidencia la denuncia a la imposibilidad de cumplir la descomunal cantidad de requisitos que se piden en las bases de convocatorias y becas artísticas, denuncia que queda clarísimamente expuesta en la irónica y pegadiza canción que interpretan los actores para cerrar la obra. Y es algo que está bien, y funciona, y me gusta.

Pero, y aquí me declaro víctima de mi generación, a ratos huele un poco a boomer que gasta desodorante Axe y lleva zapas Quechua. Y no está mal que esto sea así. De todo tiene que haber en la villa del señor. Tal vez mis amigas y yo simplemente no éramos el público modelo de esta obra. Pero tiene que haber de todo en la viña del señor… Quizá no éramos el público modelo pero fuimos el público que había. Y nos chocó que la única representación de la mujer que había en la obra fuera la de una madre, eterna cuidadora de su eterno hijo, que encuentra placer en victimizarlo. O que se utilizaran chistes estereotipados que bien son misóginos en esencia (como meterse con la madre de Freud para poder meterse con Freud) o bien son insensibles y casi crueles (como defender el veganismo publicitando la empresa valenciana VeGreat pero luego proyectar imágenes de cerdos siendo electrocutados en granjas). Estos son algunos puntos de fuga, esos límites difusos que comentaba al principio, algunos detalles que no se ven y parece que no formen parte del discurso político de la obra, pero que, en realidad, son profundamente ideológicos.

Podríamos decir que hemos asistido a una obra de teatro político si hubiéramos percibido más consciencia o voluntad reflexiva sobre el lugar de enunciación desde el cual el discurso se estaba generando. Ahora bien, no podemos decir —y no decimos— que se trate de una obra despolitizada, porque sí hay voluntad de dialogar con problemáticas reales y denunciarlas a través de un discurso (el del artista precarizado por el sistema) que pertenece a quien lo enuncia. Simplemente creo que decir que esta obra era política podría incomodar a Piscator.

Defiendo y siempre defenderé el argumento de que un producto artístico o cultural que incomode habrá sido político dos veces. Tal vez, el hecho de que se me atragantara un poco la obra es consecuencia de una incomodidad pretendida, es síntoma de haber caído en su trampa. O no. Tal vez mis amigas y yo teníamos que ir a ver Café para todos para poder decir después que efectivamente el café nunca ha sido ni será para todos, pero que el discurso de la precariedad ya hace tiempo que es público y que la resistencia también puede estar en otros espacios que cuestionen el poder sin tener que llamar a su puerta. Pero bueno, esta es solo mi opinión, una (mi) lectura del mundo que representan en otra (su) lectura del mundo. Nada más ni nada menos.

Paula Escrig

Sala Círculo, del 12 al 22 de enero de 2023

Intérpretes: Miguel Ángel Sweeney e Iñaki Moral; Dirección: Miguel Ángel Sweeney

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