Samir Belaaziz.

El 9 de junio tuve la ocasión de ver la muestra del Taller Permanente de Teatro Mayores de 55 Años, en el Centro Cultural la Nau, el culmen del trabajo de todo un curso, dirigida por Tono Berti y Pura Marco. Es una representación en castellano y valenciano, aunque prevalezca esta última. El título de la obra, En el principi era el verb – Juan 1:1 —como indica en el mismo nombre— hace referencia al primer versículo del Evangelio San Juan, que empieza de la siguiente manera: «En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios». De estos versículos se desprende la idea principal de la obra: el verbo, la palabra, es el objeto de la creación, la que constituye la realidad, en este caso escénica. Su objetivo principal es mostrar la arquitectura de las obras dramáticas, poner el énfasis en las palabras que la componen y que construyen el universo teatral. La importancia del lenguaje en esta obra es capital, en tanto que opera como el motor principal de la acción teatral y también de la espacialidad, como observaremos más adelante.
La obra se describe como un «Frankenstein», un monstruo conformado de diversas partes a las que se infunde vida. Y no se podría haber descrito mejor, pues se construye a través de un collage de algunos de los textos dramáticos más influyentes de la historia, trascendiendo así las fronteras nacionales y temporales. El criterio para esta selección va más allá de la temática de cada una de las obras individuales, aunque sí se construyan ciertas líneas de sentido transversales. Entre estas, cabe subrayar —además de la línea temporal que conforma la selección—, dos principales: la reflexión sobre el libre albedrío — es decir, hasta qué punto nuestras acciones son fruto de nuestra voluntad— y la ética —los entresijos del bien y del mal, la moralidad, en definitiva—. A través de su unión, se plantea que —de una forma velada a veces, transparente en otras—, como nuestra responsabilidad ética surge de nuestra capacidad de ejercer el libre albedrío de manera consciente y reflexiva (considerando las implicaciones morales de nuestras acciones) hasta qué punto se puede ser responsable de las maldades y llevar el crédito de las bondades.
En relación con las obras seleccionadas, cabe destacar la prominencia de La muerte del príncipe, de Fernando Pessoa, que abre y cierra la obra. Se representa durante la apertura y el epílogo. En su poema dramático, lo que plantea Pessoa, a través de las reflexiones del príncipe —quien mantiene una última conversación con una mujer antes de morir—, es que todo el universo es un libro conformado por palabras. Según él, los seres humanos son frases, y las palabras que las constituyen representan las diversas sustancias que componen a la humanidad. Esta concepción entronca perfectamente con la premisa de la muestra, por lo cual se justifica su elección.
Después de la apertura con La muerte del príncipe, se construyen tres bloques compuestos por tres obras cada uno, ordenadas cronológicamente. En el primer segmento, se inserta del El rey Lear (1605), de Shakespeare, la escena en la que el rey, entre la cordura y la locura, se encuentra lamentando la traición y la ingratitud de sus hijas en medio de una tormenta junto a su bufón. De la segunda, El castigo sin venganza, de Lope de Vega, por su parte, se selecciona la escena donde el Conde Fernando y Casandra, la esposa de su padre, aunque intentan eludir intentan su amor inmoral, no lo logran, pues son prisioneros del Amor, que impide su separación. Por último, se representa la primera escena de la obra por excelencia sobre la libertad, La vida es sueño, de Calderón de la Barca. En ella presenciamos el primer encuentro de Rosaura y Segismundo, encarcelado en su torre, y el lamento de este por su reclusión. Durante su famoso monólogo, la actriz que interpreta a Segismundo lanza con conseguida furia figuras de papel de cada una de las «criaturas» que enumera —el bruto, el pez, la culebra y el volcán— que, a pesar de haber nacido con menos alma que él, gozan de más libertad.
El segundo segmento inicia con una adaptación de El gran inquisidor, de Dostoyevski, que pone en escena a un Jesús, tras su vuelta para juzgar a la humanidad, prisionero en las mazmorras de una iglesia en Sevilla. A pesar de ser un texto narrativo, se extrae de él el largo monólogo del sacerdote que lo interroga, durante el cual se cuestiona la validez del mensaje ascético de Cristo y se reflexiona sobre el pecado y la libertad, y como esta última no es compatible con la bondad de Dios, puesto que permite los males en la Tierra. En la segunda obra, Santa Juana de los Mataderos, de Brecht, se presenta la escena en la que Juana Dark — quizás más altiva y condescendiente que la ingenua que escribió el autor— durante la cual sermonea a los obreros (que se quedan escuchando solo hasta que se termina la sopa) sobre cómo se debe renegar de lo terrenal. La escena de la tercera obra, también de Brecht, El alma buena de Szechwan, constituye una resolución al conflicto del bien y el mal, al representar las dificultades que Shen-Te encuentra cuando intenta mantener una buena conducta (siguiendo los mandamientos de los dioses) y cómo la única solución fue desdoblarse en dos personas para poder cometer crímenes con el fin de ayudar a la gente. Es, en definitiva, una crítica a la construcción de la tierra, que hace imposible la bondad absoluta.
El tercer y último bloque está compuesto por obras bastante recientes. Inicia con El faroner, de Brossa, en la cual un farero reflexiona sobre un naufragio que había segado decenas de vidas el día anterior, mientras completa el crucigrama del periódico. Esto da lugar a un juego asociativo de palabras, del que se desprenden algunas más conectadas a la realidad que lo preocupa: la injusticia del mundo que permite tales desgracias. En la obra el autor experimenta con el lenguaje, lo cual dificulta su comprensión. La escena de la segunda obra, Tot arriba, de Sinisterra, una continuación de Esperando a Godot, escenifica la llegada de este al punto de encuentro, cuando Vladimir y Estragón ya se han ido. Pese a la representación de Godot como un charlatán descuidado, algo bufón, se perpetúa el aura de misterio que rodea al personaje, que no se disipa durante la breve escena que se representa. La última escena del bloque es de El sueño de Ginebra, de Juan Mayorga, en la que se pone en un escenario onírico el sueño de Jacqueline Kennedy y su intento de entender y evitar la muerte de su marido —visitando el lugar del que fue disparado— pidiendo perdón al asesino. De ello se deslinda la responsabilidad de la sociedad con el individuo, que puede acabar tan maltratado como para llevar a cabo un magnicidio. Plantea, en última instancia, la problemática de la responsabilidad, que es más compartida de lo que podría parecer en un primer momento.
Como epílogo, como ya hemos mencionado, se inserta una escena de La muerte del príncipe. El príncipe, ya en el suelo, a punto de morir, alega haber visto caer el telón que cubría al mundo, para descubrir las palabras y frases que lo componían. Con esto, los directores de la muestra reafirman una vez más su objetivo de enfatizar cómo todo el mundo se construye a base del lenguaje. En efecto, el escenario se apoya principalmente en las palabras, con muy poco uso de decorados. La cortina de fondo, de un negro oscuro que parece envolver a las actrices, crea un vacío absoluto, aunque se utilizan algunos elementos rudimentarios, como las sillas que representan la parada de autobús donde Federico y Casandra se encuentran —pues, a pesar de mantener el texto original, se actualiza el lugar y, por consiguiente, el tiempo de la acción—. Otro elemento que adquiere una gran relevancia a lo largo de las escenas son unos sencillos trozos de papel de embalar, de color blanco, que se utiliza para simular una profundidad de forma eficaz y sencilla. Este minimalismo se complementa perfectamente con las escenas del teatro áureo, donde la escenografía también era mínima y se apoyaba en el poder de las palabras. Como mencionamos anteriormente, los propios personajes participan en la construcción de la espacialidad, ya que la mayoría de las actrices visten trajes blancos hechos de papel. De esta manera, no solo se encargan de los cambios de escena, sino que también se convierten en parte del atrezo. Tanto en la escena de Tot arriba como en la de El sueño de Ginebra, encontramos esta cualidad, lo cual añade más interés a la escenografía y mantiene la atención del espectador, quien busca encontrar un significado en esa elección.
Cabe destacar, con respecto a escenografía, el uso de la música, que se renueva con cada escena seleccionada, dotando de un ambiente individualizado a cada una y sumergiendo al público en lo que se representa. La luz, por otra parte, consigue dotar de profundidad y textura a las escenas, lo cual es imprescindible cuando nos encontramos con tan poco decorado. Estos dos recursos escenográficos, asimismo, protagonizan las tradiciones entre una escena y otra — mientras los actores montan la escena—, dejando al público expectante de lo que sigue.
Por último, es conveniente dedicarle unas líneas a la naturaleza de la adaptación de los textos. En su mayoría, se han mantenido sin alterar. Sin embargo, en el caso de las obras extranjeras, se ha optado por las traducciones al valenciano, mientras que para las obras escritas originalmente en castellano se ha seleccionado la versión original. Esta elección se realiza con el objetivo de preservar el ritmo del verso, especialmente en aquellas obras pertenecientes a los Siglos de Oro de la literatura española, lo cual deviene en una escena de múltiples cadencias estilos, que bebe desde la poesía de Lope y Calderón hasta la exquisita prosa de Dostoievski y Sinisterra.
En definitiva, la obra es una gran muestra de lo que se ha ido trabajando a lo largo del curso teatral. A pesar de las carencias interpretativas —comprensibles, por otra parte—, se consigue un espectáculo de gran interés, del que destaca especialmente la selección transversal de los textos, que, a pesar de su dispersión en el tiempo, se logran conectar a través de una premisa armonizadora.
Sala Matilde Salvador, Universitat de València, 7 al 9 de junio de 2023
Mostra Taller Permanent de Teatre Majors de 55 Anys; Textos de Shakespeare, Lope, Calderón, Dostoievski, Brecht, Brossa, Sinisterra, Mayorga i Pessoa; Professor/a/director/a Tono Berti i Pura Marco.