Laura Ferrer Blé
L’últim ball ha comenzado, las luces van poco a poco apagándose y el silencio empieza a reinar en la sala –tarea a menudo ardua, como bien sabemos los teatreros– Solo consigue romperse la incipiente paz cuando una voz de mujer nos llega desde los cielos o, mejor dicho, desde la sala de megafonía, para avisarnos de que va a dar comienzo el espectáculo. Antes de dar paso a la función, esta voz recuerda a los asistentes que no podrán escaparse al baño, pues los actores son ancianos y no puede demorarse mucho el espectáculo. Suena la primera risa de la tarde, un 18 de noviembre de 2023 en el Teatro Talia de Valencia.
El espectador entra de lleno en la diégesis dramatúrgica, invitado por este recurso multimedia que acabamos de presenciar. Asistimos al reencuentro de dos “viejas glorias del teatro valenciano”, el dúo cómico “Lino i Morgan”, interpretado por Alfred Picó y Carles Alberola, con el guion a cargo de este último. Es todo un homenaje a los actores anónimos, así lo podemos ver en la simple toponimia: nunca se nos dice el nombre de los personajes, sino que siempre se refieren a ellos por el mote artístico “Lino i Morgan”; es decir, los entes ficticios engullen la identidad de los cómicos. Tal y como se dice en la propia obra «Qui vol ser recordat pel nom? Les persones passen, però el que fan perdura en la memòria».
El motivo de su reunión se debe al fallecimiento de su maestro, Eleuterio Sacristán, y será el motor que ponga en marcha la acción dramática, ya que se ven envueltos en la organización de un espectáculo de despedida para la ceremonia. Después de un viaje repleto de recuerdos de juventud y en el que surgen de viejas rencillas, presenciamos el confrontamiento que los separó antaño. De igual forma, a través de la dicotomía, encarnada en ambos personajes, accedemos a numerosas reflexiones sobre el mismo oficio dramatúrgico: desde la mercantilización del teatro, pasando por el salario de los actores y la edad de estos mismos en relación a los papeles que les ofrecen, hasta llegar al método actoral.
Serán estas digresiones teatrales las que conducirán al arraigado tópico del theatrum mundi, con tanta trayectoria en nuestra historia literaria. Se nos hace inevitable traer al presente la obra calderoniana de El gran teatro del mundo cuando escuchamos las siguientes palabras, pronunciadas por Carles Alberola: «En el tanatori pense en la vida com un espectacle, únic, però irrepetible; pense en la darrera escena abans del mutis final». Asimismo, estas ideas se entrelazan con las meditaciones, presentadas por Séneca en sus Epístolas, donde se menciona que «La vida es drama, donde importa no cuánto duró, sino cómo se representó». Mientras tanto, escuchamos que el personaje de Alfred Picó apunta: «Ningú actua eternament». Desconocemos si estos escritores pasaron por la mente del director cuando preparaba el texto, pero nosotros vemos una clara actualización del tradicional tópico literario. Frente a la constante actitud irónica del personaje de Carles, Alfred debe advertirle que el público no está presente para escuchar sus gracias.
Respecto a la escenografía, podríamos decir que es sencilla, pues, dejando a un lado las luces del camerino y el neón que presenta el número artístico, sobre las tablas sólo encontramos una austera silla como parte del mobiliario. Sin embargo, dos objetos llaman nuestra atención: la bombona de oxígeno, que lleva el personaje de Alfred, y la aparición fugaz de una pequeña lápida. Destacamos en estos momentos una ingeniosa y divertida escena, en la que deben interrumpir la actuación del homenaje porque Alfred se queda sin aire – pues ha dejado la bombona en el camerino— y deben actuar con rapidez. Debemos anotar que sobre el escenario se hallan simultáneamente dos espacios dramáticos: por un lado, vemos el camerino y, por otro, el escenario en el que están actuando, y que comunica un pequeño telón. Mientras que Carles cruza este acceso, que han colocado en el escenario, para entrar en las bambalinas; más adelante será el propio Alfred quien cruce la invisible pared que separaría ambos lugares para coger la silla. El espectador es testigo de la reiterada entrada y salida de la ficción, que pasaremos a explicar en los siguientes párrafos.
De esta forma, el juego metateatral continúa cuando el dúo cómico se decide a ensayar la obra que, según se nos informa, tendrá lugar en el teatro Talia. Este detalle, que nos hace aterrizar con fuerza en nuestra presencialidad e inmediatez, seguramente cambie durante la gira y, por ejemplo, se traslade el recinto del tributo al Teatro Serrano cuando la función de L’últim ball llegue a Gandia. De otra manera, el efecto creado sobre el espectador se rompería en mil fragmentos, restándole originalidad al guion. L’últim ball es, además, el título de este humilde homenaje, una obra que versará sobre dos cómicos que se enfrentan a la muerte desde el escenario (un tema ya familiar en el imaginario de los espectadores). Otro caso metateatral lo hallamos en la reaparición de la misma voz, que nos ha introducido a Alfred y Carles hacía tan solo unos minutos, para dar paso a la función de “Lino i Morgan”. La ruptura de la división entre realidad y ficción se manifiesta de forma astuta cuando entre las butacas de la sala suena un teléfono móvil. Las miradas hostiles van aumentando al percibir la incomprensión de los actores, todo el mundo intenta averiguar de donde procede la inoportuna sintonía…, pero la risa inunda el recinto cuando descubrimos el teléfono en mano de uno de los dos actores. Todos estos ejemplos nos llevan a concluir que estamos ante un claro caso del conocido «anillo de Moebius», donde, desde el inicio de nuestra inmersión en la trama, el vínculo entre la representación teatral y la realidad se entrelaza en un ciclo sin fin.
Desde la compañía Horta Teatre, Carles Alberola y Alfred Picó, nos ponen el foco en la simplicidad de la vida, al mismo tiempo que, como desde tiempos inmemoriales, otorgan valor a la representación encima de las tablas: miles de ojos observan el acto – muchas veces desapercibido y nimio– de las segundas oportunidades. Apelan directamente a las emociones, a la vertiente más humana de la existencia, pues no importa que no seamos cómicos como ellos, la universalidad impera en la trama: los reencuentros con viejos amigos y la pasión por la profesión nos evocan a nuestras propias historias individuales.
L’últim ball es un canto de amor al teatro, un mensaje enviado por dos actores “anónimos”, pero con muchas representaciones a sus espaldas, y que desean hacer llegar a sus espectadores, sobre todo a los más fieles, que han seguido toda su trayectoria.
Se cierran las puertas del Talia, los espectadores abandonan gradualmente el recinto. Sin embargo, en la salida, todavía se aprecian las habituales reuniones tras una representación memorable. Las expresiones en los rostros lo dicen todo. Cuando la obra es excelente, se observa un brillo en los ojos, mientras se comentan escenas favoritas, frases y sensaciones que permanecen, aún habiendo abandonado la butaca.
Finalmente, una persona, sale del teatro, se pone su abrigo y la bufanda al cuello, abandona la calle Cavallers, al mismo tiempo que tararea, sin olvidar el ritmo: «No més val la pena allò que val la pena…».
Teatre Talia, del 8 al 22 de novembre de 2023
Autor: Carles Alberola; Dirección: Carles Alberola; Ayudante de dirección: Toni Agustí; Intérpretes: Carles Alberola, Alfred Picó