Lorenzo Daza Prado.
Asistí, el doce de noviembre de 2023, a la representación de Paral·lel, dirigida y escrita por Alida Molina e interpretada por ella y Alexander Lemus, de la compañía Teatro de los chinos. La obra reflexiona, bien a través del monólogo, bien a través del diálogo, bien mediante la conversación de dos coches teledirigidos, sobre la posibilidad de la satisfacción personal, la carrera que mantenemos con las expectativas y, en última instancia, sobre el fracaso. El tema puede prometerse manido y algo agotador, pero la compañía lo desarrolló con una maestría que lo recubrió de originalidad artística.
La Sala Ultramar resultó el espacio perfecto para la obra: pequeña y cercana, con una puesta en escena minimalista —mínima en realidad—, el espacio contribuyó a la gran satisfacción que me produjo la obra; además, la cercanía extrema, la mínima escenografía, daban una sensación curiosa —común a obras representadas en salas de estas características—: la pared que separaba la representación del espectador quedaba reducida a un velo, y esto antes de la impactante interacción con el público que se produce pronto en la obra; desde el comienzo, gracias a todo lo que conformaba el espacio, la sensación de estar dentro de la representación —o de que la reprentación está dentro de nuestra realidad— me resultó constante. Además, el traje de astronauta que viste Alida Molina en el comienzo de la representación acentuaba esta senscación casi mágica de alejamiento de la realidad, de extrañeza y onirismo.
No obstante, esta escenografía se volvió algo más compleja hacia la segunda mitad de la representación: dos chicas, vestidas con una especie de trajes de redecillas de los que se usan en los hospitales y al son de una animada música propia de vodevil, esparcieron delicadamente arena sobre el escenario, pusieron dos hamacas y colocaron una sombrilla. En ese discordante y maravilloso escenario, se desarrolló una conversación entre Alida y Alexander sobre el proceso creativo de la obra misma cuya representación estábamos viendo; la construcción visible de los elementos escenográficos me resultó un recurso muy interesante: más que una ruptura de la ficción, es, a mi juicio, una apertura; ese proceso de esparcir arena y clavar la sombrilla es parte de la obra; se podía vivir casi como un mínimo entremés entre los dos actos diferenciados de la obra —la obra en sí misma, primero, y la reflexión sobre su creación, después—. Finalmente, la escena resultaba fascinante: en medio de la negrura de la sala, arena, hamacas, sombrilla y dos personas en bañador poniéndose crema en la espalda.
No puedo hablar de la escenografía, por otra parte, sin hablar del mejor recurso de la obra: los coches teledirigidos, que forman contrapunto distanciado de la obra humana; ya en monólogo, ya en diálogo, un coche azul y otro rojo aparecían en escena y, mediante un altavoz, hablaban sobre su deseo de ser humanos con una voz robótica que acentuaba el sentimiento de absurdo. Resultaba, de todas maneras, tremendamente tierno, divertido y, curiosamente, humano.
Esto mismo sucede, a mi juicio, con el papel del público: en la primera parte de la obra, durante un monólogo sobre el fracaso, los sueños inalcanzables y las expectativas rotas, Alexander saca una cámara de mano y graba el parlamento de Alida; el vídeo se reproduce al mismo tiempo en una pantalla al fondo del escenario. Poco después, la protagonista le da indicaciones a su compañero para grabar a ciertas personas del público y hablar de ellas mientras se proyecta el vídeo en directo en la pantalla: a la primera persona —el autor de esta reseña— le corresponde oír un monólogo de la protagonista sobre la precariedad laboral de sí mismo; en el segundo caso, a una pareja le toca oír sus propios problemas sexuales; por último, el tercer afortunado debió oír los reproches de Alida sobre una aparente relación amorosa que mantuvieron.
Estas tres intervenciones sobre el público —absolutamente ajeno, como es lógico, a todos estos datos sobre su propia vida— funcionaban de forma muy efectiva como herramientas de inclusión en la representación; de nuevo, como en la construcción de la escena de la playa, uno tiene la sensación de ser la obra, no de que la obra no exista o de que sea una ficción endeble. Además, producen el efecto de proyectar los problemas que plantea la obra sobre el espectador: ya no son una cosa ajena sobre la cual unas cuantas personas monologan; son hechos de nuestras propias vidas. Los fracasos —sexuales, laborales, sentimentales— son el asunto fundamental de la obra, y sus protagonistas somos el público y los actores, es decir, las personas que viven este presente: todos podemos ser protagonistas de una historia de fracaso y decepción personal.
La proyección en pantalla en tiempo real, además, le manda un mensaje muy claro al espectador: no olvides que tus derrotas pueden ser utilizadas como elemento de ficción, pero no por ello dejan de ser derrotas reales; la representación que estás viendo no es del todo una representación, porque es verosímil —y es autoficción, como se diría modernamente— y habla de ti mismo; le recuerda al acomodado espectador, en definitiva, lo endeble que es la frontera entre ficción y realidad: basta una cámara y una pantalla para que olvidemos la realidad de lo que nos están narrando.
Por otro lado, por lo que respecta a los actores, no tengo nada que objetar: Alexander Lemus resultó particularmente divertido y genial; por otro lado, el histrionismo y la ira que transmite Alida Molina en toda su represntación está logradísimo y es terriblemente incómodo; sus gritos y su machacona consigna es que yo ya me transmitieron una desesperación angustiante y autodespreciativa desde el comienzo.
Paral·lel es, en definitiva, una obra excelente: original, creativa, equilibrada en sus recursos —diálogo humano, diálogo automovilístico; vacío escénico, playa idílica; tragedia, diversión— y, sobre todo, hábil en el manejo de sus dos polos: el experimental y el cotidiano. El resultado es una obra emotiva y artísticamente humana.
Sala Ultramar, 9 al 12 de noviembre de 2023
Texto y dirección: ALIDA MOLINA; Intérpretes: ALIDA MOLINA y ALEXANDER LEMUS; Ayudantes de dirección y regiduría: PAULA LÓPEZ COLLADO Y PAULA MARÍA MARTÍNEZ; Escenografía y vestuario: ALIDA MOLINA E ISABEL MIRALLES; Diseño de luces: GEORGE MARINOV; Técnico: JOSE RAMÓN PÉREZ; Fotografía: SATORI