Helena Zvorygina Teruel.
El pasado 3 de diciembre de 2023 asistí al Teatre El Musical, en Valencia, a la insólita representación de Una imagen interior, una obra de la compañía El Conde de Torrefiel, obra que todos los presentes en la sala podríamos describir como una auténtica experiencia sensorial.
La obra empieza con la reproducción de un discurso escrito en una pantalla negra. Los espectadores leemos la sucesión de frases, las luces todavía encendidas –un efecto un poco incómodo, pero pensado para producir ese tipo de incomodidad–, hasta que el texto señala que la obra empieza, y entonces se apaga la luz.
Naturalmente, el espectáculo incluye esa parte inicial, que lleva al resto del discurso que continuaremos leyendo a la par que seguimos los movimientos de los actores, a lo largo de una hora y media de puesta en escena. Hablo de movimientos porque, en ni un solo momento, nadie habla, ninguna voz se escucha. Es una obra pensada, en opinión personal, para encapsularnos en una experiencia que calificaría de performática, con mucha performance.
Predomina el sonido, la luz y el color. Casi no hay ningún espacio de vacío sensorial, a excepción de aquellas escenas en que el telón se cierra, todo se vuelve negro y reaparece la pantalla del principio para reproducir más texto, texto que nos acompaña también mientras “ocurren” el resto de las escenas. Esos momentos son interesantes porque observamos a los personajes, de quienes no sabemos los nombres, ejecutar sus movimientos –que ahora describiremos más detenidamente–, de modo que la reproducción del texto en la pantalla se convierte en un elemento fundamental para intentar seguir la línea de sentido del espectáculo, que es bastante interpretable en ciertos puntos, pero que siempre parte del dilema que existe entre el pensamiento y la realidad: ¿qué es real? ¿Qué tiene sentido?
Ante esta primera impresión de la obra, parece que la abstracción es dueña del espectáculo. Es un tipo de teatro que, en lugar de utilizar el lenguaje oral, apuesta por el discurso escrito y el lenguaje no verbal, acompañados de mucho sonido y color. Esos son los elementos fundamentales que sustentan el espectáculo.
Podríamos decir que no hay fábula o que, más bien, no hay un drama que represente una fábula. La primera escena, por ejemplo, consiste en que diferentes personas entran a lo que sabemos que es un museo –lo sabemos por la enorme pintura abstracta que hay colgada y por las indicaciones del texto que leemos en la pantalla–, éstas observan la pintura y, si conversan unas con otras, solo abren la boca, siendo la pantalla el elemento encargado de reproducir el diálogo. La reproducción de sonido ambiental es prácticamente ininterrumpida, y hay escenas en que se vuelve un sonido verdaderamente molesto, como la escena en que se representa un supermercado, únicamente con el soporte de un enorme fondo naranja y unos carritos de la compra. Esta escena es destacable porque la intensidad de la música es aún mayor y todo se vuelve aún más confuso: los movimientos de los personajes consisten en una lentitud enorme en el caminar y en sus bocas abriéndose y cerrándose constantemente, acompañado ello de un sonido bastante peculiar, que es el que emitirían sus bocas. Esta acción metaforiza cómo las personas pensamos en nuestras cosas continuamente, realizando acciones sin reparar en por qué las hacemos.
Esta obra convierte una escena cotidiana como es la compra del supermercado en una sucesión de elementos extraños, con ese fondo naranja tan llamativo y tan poco representativo de lo que es un supermercado, con el objetivo de transmitirnos extrañamiento y la idea de que asumimos con mucha normalidad algo que podría no tener, en realidad, ningún tipo de sentido.
Además, las distintas escenas de la obra se suceden de tal manera que tienen el fin de incomodar al espectador, de impacientarlo, porque nos parece que llevamos mucho tiempo viendo lo mismo una y otra vez, solo que cada vez nos sentimos más atrapados en esa sucesión de sonidos y colores que nos agobian y nos cansan. De nuevo, todo está pensado para que sea así, para que el extrañamiento nos haga cuestionar nuestra propia realidad.
Otra escena que podemos destacar es la representación de un ritual prehistórico, con un fuego que es un holograma y los personajes bailando alrededor. Como vemos, los elementos que componen la escenografía no son necesariamente el punto fuerte de la obra, pero sí son muy llamativos. La escenografía, en definitiva, se caracteriza por cierta abstracción.
Conecta muy bien el principio de la obra con el final, en que los actores colaboran entre sí para pintar otro cuadro abstracto que se colgará justo como el que había colgado al principio. Este momento descoloca bastante, porque ya no nos parece percibir siquiera a unos personajes. Son los propios actores, que se sonríen entre sí, porque se conocen, y que van pintando el cuadro que veremos al final. Nos damos cuenta de que en ningún momento de la obra hemos entendido la relación que existe entre los personajes, que podríamos decir que es totalmente aleatoria.
Según las escenas que hemos descrito, la escenografía sufre muchas transformaciones, y ello tiene la función de alimentar el extrañamiento, pero también hay otra función importante: la obra nos va llevando a la conclusión de que no importa tanto el sentido de la realidad o de la vida, que aunque esta haya sido la preocupación que ha existido siempre entre nosotros, desde nuestros antepasados, lo que importa verdaderamente es el vínculo que existe entre las personas. Quizá por eso la escena anterior a la realización de la pintura colectiva es el ritual del fuego, en que percibimos una unión entre los personajes, aunque no podamos descifrarla o concretarla, para luego concluir con esa brillante pintura que nos devuelve al principio de la obra.
El ritmo global del espectáculo es continuo. La música y el sonido son incesantes, la incomodidad y el cansancio persisten a lo largo de la obra, aunque cada vez con algo más de intensidad, teniendo en cuenta que para el espectador hay demasiados estímulos: tiene que leer el texto a la par que atiende al espectáculo y, al mismo tiempo, recibe múltiples estímulos auditivos. Así, el fin de la obra es situar al espectador en un papel en que la interpretación es bastante libre, en que lo que cuenta es dejarlo aturdido para que no pueda procesar todos los estímulos que recibe en el momento. La reacción que esta obra produce en el público es, por tanto, de confusión y sensación de irrealidad. El espectáculo termina y la gente marcha casi sin hablar entre sí, con el mismo silencio verbal que nos ha acompañado durante hora y media.
Una imagen interior es, para concluir, un espectáculo en que la experimentación es clave, una obra que contribuye a pensar el teatro de otra manera, muy vinculado a la performance. De hecho, en cada representación de Imagen interior, la pintura que vemos al final es totalmente nueva y original, porque no puede repetirse. Este es un punto atípico en las obras de teatro clásicas, pero no en aquellas que implementan la performance para darle más fuerza al mensaje. Por otra parte, un punto a favor de esta obra es la pluralidad en la lectura o, más bien, en los efectos que ésta tiene en el espectador. El Conde de Torrefiel ha realizado un excelente trabajo de experimentación e innovación, y ha cumplido a la perfección con el objetivo de extrañar al espectador y calar en él la semilla de una conciencia de realidad y pensamiento, sin esperarlo en absoluto.
Teatre el Musical, 2 y 3 de diciembre de 2023
Idea y creación/ El Conde de Torrefiel en colaboración con los intérpretes; Dirección y dramaturgia/ Tanya Beyeler y Pablo Gisbert; Texto/ Pablo Gisbert y Tanya Beyeler; Performers/ Gloria March Chulvi, Julian Hackenberg, Mauro Molina, David Mallols, Anaïs Doménech, Carmen Collado; Diseño de luces/ Manoly Rubio García; Escenografía/ Maria Alejandre y Estel Cristià; Esculturas/ Mireia Donat Melús; Robótica/ José Brotons Plà; Espacio escénico y vestuario/ Maria Alejandre & Estel Cristià; Diseño de sonido/ Rebecca Praga y Uriel Ireland; Dirección y coordinación técnica/ Isaac Torres; Técnicos en gira/ Roberto Baldinelli, Uriel Ireland, Guillem Bonfill; Oficina/ Uli Vandenberghe; Producción ejecutiva/ Cielo Drive SL; Distribución/ Alessandra Simeoni; Con la ayuda a la producción de ICEC – Generalitat de Catalunya Co-producción Wiener Festwochen (Viena) Festival d’Avignon Kunstenfestivaldesarts (Brussels) Centro Cultural Conde Duque (Madrid) Festival GREC (Barcelona) Festival delle colline torinesi (Torino) Grütli – centre de diffusion et production des arts vivants (Génève) Points communs – Nouvelle scène national de Cergy-Pointoise-Val d’Oise Festival d’Automne (Paris) Con el apoyo de: Teatre el Musical, Valencia Centro Párraga, Murcia